EL hombre que mató a Durruti y a Ascaso



Mi penúltimo post “Los rojos no comían cordero” inspirado en ese eslogan de posguerra con que lo iniciaba, “Los rojos no usaban sombrero”, ha provocado en el gran Otoski un par de comentarios, que guiados por esa cereza del sombrero le han llevado a “recordar una novela corta "El hombre que mató a Durruti" de Pedro de Paz, dónde un comandante republicano recibe el encargo de investigar y aclarar la muerte del llorado anarquista leonés. En algún momento de la obra, el comandante es perseguido por un hombre con "gabardina y sombrero", algo muy poco usual en el céntrico Madrid bombardeado de principios del 37, dónde se desarrolla la trama”.

Tienes razón, cito la novela:

“Fernández Durán reparó en un hombre alto, vestido con gabardina de color oscuro y sombrero que caminaba detrás de él a una distancia prudencial (¡! –la admiración por el adjetivo es mía-). Aquel hombre había estado en la puerta de la checa cuando él salió y ahora parecía seguirle en su recorrido. Se había fijado en él al salir por el detalle del sombrero”. ¿Solo por el sombrero! Me da que el autor hubiera vestido a tan extravagante espía con la misma vestimenta, así lloviera o cayeran 40 grados madrileños de una tarde de agosto en la Gran Vía. Me da que ese espía –de cine negro, como dice Otoski- no se quitaba el sombrero, la corbata y la gabardina que luce en la portada ni para dormir. Además, esperando discretamente en la puerta de la checa, se imaginan el tiempo récord que debería haber transcurrido para terminar dentro. Esos temores, al menos, hubiesen sido más que fundados. Una lectura atenta de Días de llamas, una de las mejores novelas para entender el Madrid revolucionario de la guerra, de Juan Iturralde,


nos sumerge mejor en este otro tipo de zozobras. No es de extrañar que la escena se solucione con ese Humphrey Bogart caído al cielo limpio de Madrid “echando a correr calle abajo”. Si es un mandado con el marrón de presionar al comandante no se comprenden bien los medios elegidos para hacerle desistir de la investigación sobre el final de Durruti. De hecho, salvo el pretendido efecto novelesco, nada consigue. Por cierto, que un poco más adelante, conocemos al amo del sabueso: “vestía un atuendo de aspecto elegante y refinado que en nada resultaba artificial, puesto que lo portaba con total naturalidad (elemental, Watson, es de noche porque no es de día -/B.) y llevaba un fino bigote que le daba un aspecto distinguido”. ¿No sería, además un fascista indisimulado de la quinta columna?

El desenlace es aún más novelesco, digno del Baroja del Escuadrón del Brigante que en el mismo post aludido al inicio comentaba con Diego del ídem (Casa Brigante) de Lerma. Pero, a mi modo de ver, con algunas licencias insostenibles en el plano histórico:

En el último capítulo nos topamos 25 años después con el comandante republicano reintegrado en la policía franquista, ahora como el comisario Lobato. Lo explica de esta guisa el novelista:

“Después de no pocas dificultades y con la ayuda de algunos de los pocos amigos que le quedaban, consiguió crearse una nueva identidad y vencer los recelos del nuevo régimen para ingresar de nuevo en el cuerpo de policía”.

Un comandante republicano a quien el ministro le manifestó personalmente haber sido elegido para la investigación del caso Durruti por su “probada confianza y por sus méritos como policía antes de la guerra” continúa en el cuerpo – ¡nada menos que el encargado de la represión!-, vencidos “los recelos de nuevo régimen”. ¡Hostias, don Pedro de Paz!, ¡Usted fuma más que Baroja! Joder, y qué amigos, pocos, pero para que más, ni el mismo Paquito en persona. ¡Pero mi ahrma!, con un pasado profesional tan significado y en puestos de máxima confianza política como acabamos de ver, no sólo le depuran: garrote y prensa. Y por favor, más churros para el chocolate de la merienda del Vigía….
Entremos, ya, de lleno, en el fondo del affaire Durruti. Tan enigmático como desde el primer día. Otoski comentaba: ”Creo que señalar al sargento Manzana como posible portador del naranjero del que salió la bala que atravesó al anarquista leonés (con dos hermanos falangistas por cierto, uno muerto en el frente y otro fusilado por sus compañeros al no fiarse de él y creerle un espía infiltrado de los anarquistas), ya lo hizo hace tiempo entre otros en sus excelentes memorias Juan García Oliver, el que fuera ministro de Justicia del gobierno de Largo Caballero. Otra cosa es especular con una sola pregunta retórica que se hace el autor, si fue un accidente o fue intencionado. La pregunta es más o menos esta: ¿Por qué se habría reconvertido en anarquista un militar sublevado en Barcelona a sus 34 años? Podría contestarle cualquiera que aunque fuera hombre de confianza de Durruti no tenía por qué ser anarquista, como ya pasó con el cura secretario personal que como puede apreciarse también en sus memorias, nunca fue anarquista pero si "durrutista" hasta la muerte. Y que en ambos casos tal vez salvaron la vida por la intervención personal y directa de Durruti, de ahí su "inquebrantable" lealtad.”


Puesto que hasta la fecha todas las versiones que nos han llegado son contradictorias, cualquier toma de postura es más voluntarista que otra cosa.
Aunque de nuevo el ansia fabuladora del novelista va mucho más lejos: el sargento Manzana, según nos descubre en ese asombroso final, ya se había cargado en los primeros combates a Ascaso, el amigo inseparable de Buenaventura. Ambos, la flor y nata del anarquismo español.
Según el novelista, Manzana estaba dentro del cuartel de las Atarazanas en Barcelona repeliendo el ataque de los milicianos. Como resulta que era “Maestro Tirador”, como resulta también que Ascaso murió de un “certero disparo entre ceja y ceja”, ergo, quien podría haber sido sino Manzana. ¡Joder, y los guionistas de Hollywood en huelga!
En cambio es sabido que los contactos entre los sargentos Manzana y Gordo del parque de Artillería y los comités libertarios eran continuos. Otro tanto se daba con varios oficiales de la base aérea militar del Prat. Ítem plus: el 19 de julio hacia las 9 de la mañana García Oliver, Ascaso y Durruti se encontraban el plaza Arco del Teatro junto con los sargentos Gordo y Manzana, “que habían fracasado en su intento de apoderarse de Atarazanas, y, teniendo que huir por la puerta que daba a la calle de Montserrat, afortunadamente salieron llevándose unas cajas de municiones de fusil y cintas para ametralladoras”. Esta información la da Pablo Ruiz, uno de los creadores en noviembre de la Agrupación “Los Amigos de Durruti”. Allí se convino que Manzana y Gordo, apoyados por un grupo de militantes del Sindicato de Transporte se emplazaran en la terraza de una casa donde se hallaba el restaurante “casa Juan” para desde allí atacar a Dependencias Militares. El 20 de julio sobre las 13 horas cayó Francisco Ascaso. Ese día continuaba el fuego cruzado de Atarazanas y Dependencias Militares. Desde una de las garitas de aquel cuartel fue disparado varias veces sin alcanzarle. “Ascaso se detuvo un instante para descargar la pistola contra el tirador de la garita, muy próximo a él; pero en el momento de ganar, con otro salto, el camión, recibió una bala en plena frente”. Momentos después, en las Atarazanas se levantaba bandera blanca. Se había ganado Barcelona y perdido a uno de sus mayores valedores. (Testimonios de José Mira, Pablo Ruiz y Liberto Ros, recogidos por Abel Paz, Durruti en la Revolución española).
Diego Peña desmintiendo la emboscada de Hontoria del Pinar de Baroja y otro Diego, Diego Camacho, alias Abel Paz, fastidiando los planes de otro Paz.


Con todo, a Otoski, con razón, le parece “la mejor novela del autor publicada hasta ahora, e incluso creo que si profundiza en alguno de los personajes apenas dibujados, puede completar y mejorarla sin duda.Y no sería el primer caso, por citar alguno conocido, algo parecido hizo ya Fernando Quiñones con su excepcional cuento largo "Legionaria, al que añadiendo de aquí y de allá presentó como novela al premio Planeta, quedando vencedor sin amaño con Lara, es decir finalista, bajo el nombre de "Las mil noches de Hortensia Romero".
Por lo demás, ya entrando en el enigma Durruti, ahí juega con ventaja, puesto que no hay forma humana de atar cabos. Y la discusión puede alargarse, mientras persita el interés por la figura del heroico luchador, bastantes décadas más.
- En el libro de Joan Llarch, La muerte de Durruti se habla hasta de 7 ocupantes del vehículo. El cual, por cierto para unos es un Hispano- Suiza, para otros Twik y finalmente Packard. En cambio, siguiendo las memorias de Cipriano Mera (ni el García Oliver del Eco de mis pasos ni el resto de dirigentes se hallaba en Madrid), podemos intentar alguna conclusión, siempre provisional, a falta de pruebas irrefutables:
Los ocupantes del Packard sólo eran tres (véase ilustración del libro Durruti de Rai Ferrer). Durruti solía ir delante y los testimonios del chófer y el sargento Manzana no coinciden para empezar siquiera ni en su número. Para José Manzana viajaban también dos escoltas, cuya identidad nadie conoce, y Miguel Yoldi. Para Graves no hay más testigos que él y el sargento.


- El arma homicida no se recogió. Durruti acostumbraba a llevar un colt 45 y Manzana un naranjero. El sargento Manzana llevaba el brazo derecho vendado en cabestrillo.
- Sobre la posibilidad de que fuera un accidente, en un foro ácrata muy concurrido , recojo lo siguiente:
“Aquí, el primer nombre, de creo el jefe de la milicia anarquista, el nombre de esta se me ha pasado lo siento. López-Tienda, muerto el día 2 en Móstoles al bajarse del coche, y caerse el arma, muriendo de herida mortal producida por esta, y recogido, por un tal Climent Ferrer, en circunstancias parecidas a la muerte de Durruti.”
Es un dato más, los dos jefes de los milicianos que acuden a la defensa de Madrid mueren de accidente similar. ¿Casualidad?
Sería muy prolijo entrar en los intereses partidistas de los defensores de Madrid, la supuesta evolución de Durruti, las purgas estalinistas, etc. Me limito sumariamente a manejar un mínimo de datos, desde los cuales resulten más plausibles unas hipótesis que otras.
Tampoco coinciden las versiones de los cirujanos que NO operaron a Durruti. (Recojo también estas manifestaciones del foro:)
“Hoy he caído por casualidad en este foro, buscando algo sobre mi abuelo, el Doctor Manuel Bastos Ansart. Don Manuel Bastos fue llamado en su época, el padre de la traumatología moderna y aún hoy se estudian sus tratados en las facultades de medicina de medio mundo. Aparte de esto, fue él quién efectivamente atendió a Durruti, al que herido de muerte llevaron al hospital que se había habilitado en el Hotel Ritz. Mi abuelo murió hace ya tiempo pero siempre contaba la historia de como llegó Durruti, de como se le había disparado el naranjero, y de las pocas palabras que salieron de su boca antes de morir. Al parecer y según contaba mi abuelo, repetía ya moribundo: "que tontería, que tontería "el jodío fusil", así ni más ni menos. No dijo nada más, pero si es cierto, al parecer, que en el momento de la muerte decidieron que nadie contaría nada de la forma tan "poco heroica" en que murió.”. De hecho, en su parte médico dice: “… la bala de gran calibre (seguramente del 9 largo) rozó el colon, destruyó el bazo, perforó el diafragma, hiriendo el pulmón donde quedó alojada”. No menciona que el disparo fuese a corta distancia. En cambio, en su libro, De las guerras coloniales a la guerra civil. Memorias de un cirujano, manifiesta: “los que le rodeaban (al herido) no se recataron en darme a entender que habían sido sus propios secuaces los causantes de la herida”.
José Santamaría, médico personal de Durruti, años más tarde, en respuesta a Joan Llarch estima en 35 cm. la distancia del disparo, “cálculo deducido por la intensidad de la impregnación de pólvora en la prenda que vestía en el instante de los hechos”. No obstante, la camisa y cazadora para apreciar el agujero de la bala también desapareció. De la camisa que fue entregada a su viuda se habla de que la abertura era enorme y manchada por la detonación, lo que probarían que el tiro fue a quemarropa y no fuego enemigo desde el Clínico, a unos 800 metros. Lo cual, asimismo, sería corroborado por el orificio de entrada en un costado, su trayectoria horizontal y el mortal destrozo, ya indicado un poco más arriba.
- En conclusión, sólo el conductor Julio Graves y el sargento José Manzana podrían haber aclarado lo que pasó. Reunidos con Mera, García Oliver y Federica Montseny, en rápidos viajes a Valencia de ida y vuelta, es obvio que eligieron la versión menos comprometedora, dadas la dificilísimas circunstancias en el frente de Madrid.

A todo esto, no es cierta la huida del sargento Manzana. Puede verse en la foto del funeral en Barcelona, el primero por la izquierda con su brazo vendado, al lado Mera, también herido y la viuda Émilienne. De ahí partió para el frente de Aragón.
Ahora bien, su silencio posterior ha propiciado fabulaciones tan efectistas como la descrita en la interesante –pese a todo- novela que comentamos, donde, para no ser menos que el comandante republicano Fdez Durán o el capitán Angulo de las Milicias de Durruti, el sargento Manzana reaparece cambiado de bando y recompensado. “Pero aún queda el plato fuerte” –anuncia el novelista:
Ya en la posguerra en casa de un general tiene lugar una reunión de militares del régimen vencedor, el anfitrión exclamó: “aquí entra el hombre que mató a Durruti”.
Para terminar deseo para el exitoso autor del documento Saldaña, una reedición de El hombre que mató a Durruti, mucho menos conocida, y que el autopomposo cine español, ¡incluso la lleve al cine!
Sería la primera peli sobre Durruti. Y promete.
De momento nos consolamos escuchando el Romancero de Durruti compuesto por Chicho Sánchez Ferlosio:
Os dejo con una pieza tan sencilla como logradamente popular.
Los solidarios. 


http://sakurambotsumamu.blogspot.com/2009/01/el-hombre-que-mat-durruti-y-ascaso.html

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