GUADALUPE PÉREZ GARCÍA
RESUMEN
La ley de Defensa de la República, del 21 de octubre de 1931,
establecía la posibilidad de deportar fuera de España a aquellos que
amenazaran la estabilidad del nuevo régimen. En este artículo se hace un
seguimiento de las deportaciones realizadas en aplicación de dicha ley a la
colonia penitenciaria de Villa Cisneros, en el Sáhara español. Conocidos
anarquistas como Buenaventura Durruti o Francisco Ascaso, los golpistas del 30
de agosto de 1932 o posteriormente los republicanos de izquierdas que se
opusieron a la sublevación del 18 de julio en las Canarias pasaron por Villa
Cisneros.
ABSTRACT
The Law of Defence under the Republican Spanish regime, from 21th october 1931, included the
possibility of deporting abroad those who anyhow risked the new regime
stability. In this article are withdrawn the deportations made in the
application of this law to the penitentiary colony of Villa Cisneros, in the
Spanish Sahara. Wellknown anarchists like Buenaventura Durruti or Francisco
Ascaso; military participants to the coup d’Etat of August 1932 or, later, left
wing republicans who opposed to the 18th of July sublevation in the Canary Islands, did
enter that prison.
La colonia de Río de Oro
en el Sáhara español, que a instancias de Bonelli comenzó a llamarse Villa
Cisneros, había sido concebida desde finales de siglo XIX como centro de reclusión. En un principio la colonización se
concretó en una caseta de madera que construyó en 1884 el Comisario Regio al
desembarcar, junto a la cual se comenzaron a establecer el año siguiente las
primeras casas y una factoría por los miembros de la Compañía Mercantil
Hispano-Africana. Inmediatamente fueron atacados por los saharauis del
interior, que causaron la muerte de dos españoles, Feliú y Sánchez, por lo que
la reacción del gobierno fue proteger la factoría con un destacamento militar.
Con
posterioridad se construyó un fuerte de 60 metros de largo por 44 de ancho, con
una débil tapia de tres metros de altura. Todo el conjunto se defendía con
cuatro torreones de flanqueo desde los que se dominaba una gran extensión de
la península y a corta distancia había un campo alambrado con tres filas de
piquetes, cubierto por las armas instaladas en el fuerte y un caballo de frisa
frente a la puerta principal. La extensión de la península situada al norte la
batía un cañón en batería situado en el ángulo noreste, ante una puerta
solitaria y maciza 1.
A su vez, la configuración
peninsular de Río de Oro, la climatología favorable y la posibilidad de
utilizar mano de obra indígena fueron confirmando la idea de convertir a Villa
Cisneros en un centro penitenciario. Según José Ramón Diego Aguirre, ya en
1897 se había utilizado como lugar de destierro para unos anarquistas catalanes
y posteriormente los gobernadores de la colonia, Bens y su antecesor, el
teniente de infantería de Marina Ángel Villalobos, formularon también esta
posibilidad. Concretamente Bens en 1913 realizó un proyecto de cierre de la
península que fue aprobado y que cristalizó en la edificación de una línea de
fortines permanentes con el objeto de repeler un posible ataque de los
saharauis y de controlar a los futuros reclusos en el fuerte interior.
El conjunto de las
edificaciones de Villa Cisneros era por tanto: un caserón grande y mal
construido propiedad de las Pesquerías Canarias y situado muy cerca del puerto;
el fuerte, donde se encontraba la residencia del gobernador de la Colonia; el
cuartel de la guarnición, con sus dependencias anexas de panadería, víveres y
otras; viviendas de familias de oficiales, clases y empleados; oficinas de
Correos y gobierno; estación radiotelegráfica, factoría, casino, capilla y
algunas otras. Fuera del fuerte y a muy pocos metros estaba instalado el
campamento de aviación, formado por un gran barracón de madera. También fuera
había otros pabellones de mampostería y el propio campo de aviación, con un
gran cobertizo y los servicios de iluminación propios de un aeródromo. Junto a
él se encontraba la central eléctrica, alguna vivienda de los franceses de la
Compañía Aeropostal y la enfermería. A un centenar de pasos del aeródromo había
un grupo de casas de un solo piso y el campamento saharaui de «jaimas», formado
por bajas tiendas de campaña construidas con lonas y tela azul, su color
predilecto.
El ancladero habitual de
los buques correo se situó frente al edificio del fuerte, con una profundidad
de 15 ó 17 metros. La barra o entrada a la bahía se encontraba cercana a una
zona denominada La Sarga y sólo era asequible a los buques de unas 800
toneladas, que debían entrar en la Bahía de Río de Oro, con 32 kilómetros de
longitud por 12 de anchura.
El fuerte definitivo no se construiría hasta 1928 y el primer
envío de deportados se realizó cuatro años después, en plena Segunda República
y por apli
1 Fernández-Aceytuno, Mariano: Ifni
y Sáhara. Una Encrucijada en la Historia de España, Dueñas (Palencia), Ediciones Simancas, 2001,
pp. 283-284.
cación de la Ley de
Defensa del 21 de octubre de 1931. Según ésta, se permitía la deportación fuera
de España de aquellos ciudadanos que pusiesen en peligro la existencia misma
del régimen republicano y, con destino a Villa Cisneros, se aplicó
polémicamente en dos ocasiones: con motivo de la huelga revolucionaria de la
cuenca de Llobregat en enero de 1932 y del intento de golpe de Estado de
Sanjurjo el 10 de agosto del mismo año. Finalmente, analizaremos una última
deportación a la colonia saharaui que no fue motivada por la aplicación de la
legislación republicana y que se realizó sobre un grupo de la izquierda tinerfeña
precisamente a raíz del alzamiento del 18 de julio de 1936.
Se generaba así una
controvertida historia de deportaciones y fugas de Villa Cisneros por parte de
grupos de ambos extremos del espectro político, en un momento en el que se
trasladaba al Sáhara la inestabilidad que se estaba provocando en la
metrópoli. Las versiones sobre los acontecimientos también varían en función
de la bibliografía utilizada y, sobre todo, de la tendencia política de su
autor, pues hemos de aclarar que la mayor parte de las fuentes son los escritos
de los propios deportados y que apenas existen estudios recientes que se alejen
de los hechos con una mínima perspectiva científica. De ahí que intentemos, en
los párrafos que siguen, resaltar las contradicciones entre las diferentes
versiones sobre los acontecimientos.
El primer grupo que llegó a Villa Cisneros en 1932 estaba
compuesto por Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso, junto a otros 150
militantes libertarios y un grupo de mineros, todos ellos participantes en la
insurrección anarquista del Alto de Llobregat que había tenido lugar en enero
de ese año. La oposición que había mantenido desde un principio la FAI hacia la
incipiente II República legitimó el 19 de enero de 1932 una huelga
revolucionaria que a los dos días controlaba toda la cuenca del Llobregat. Se
cortaron teléfonos, telégrafos, incluso raíles de ferrocarril y en toda la
zona se declaró abolido el dinero. La reacción del Gobierno republicano fue el
envío en el acto de fuerzas del Ejército y de la Guardia Civil, que terminaron
con la insurrección el día 22 de enero. Durruti y los hermanos Ascaso fueron
detenidos ya el día 21 y junto a otros 119 2 mineros y militantes, a los que se aplicó la ley de Defensa de la República, fueron
embarcados en el Buenos Aires, un barco de la Compañía Trasatlántica que estaba vigilado a su
vez por el acorazado Canovas. En la Península hizo escala en Valencia y en Cádiz, y su
destino no estaba en principio definido: o Bata en Guinea o Villa Cisneros en
el Sáhara. Se dirigió después a las Canarias, Dakar, Fernando Poo y de allí a
Río de Oro, que se perfiló en aquel momento como destino final.
2 Vidal, César: Durruti.
La furia libertaria, Madrid, Ediciones Temas
de Hoy, 1996, p. 134. Sin embargo, hay diferentes versiones sobre esta cifra.
Mariano Fernández Aceytuno afirma que éstos eran 150, César Vidal opta por la
cantidad de 119 y tanto Julio Gil Pecharromán como Manuel Tuñón de Lara,
indican una cifra de 104. Gil Pecharromán, Julio: La
Segunda República, Madrid, Historia 16,
1989, p. 138 y Tuñón de Lara, Manuel: La España del siglo XX, Madrid, Ediciones Akal, 2000, pp. 331-332,
vol. 2. Francisco Camba, por su parte, apunta la cantidad de «108 sindicalistas
comunistas y anarquistas», Cambar, Francisco: De
Castilblanco a Villa Cisneros, Madrid, Inst. Editorial Reus, 1948, p. 97.
Con
respecto a la composición de este grupo inicial y a las condiciones de su
estancia en Villa Cisneros, existen ya diferentes versiones. Según Mariano
Fernández Aceytuno 3 y Javier Morillas 4, Durruti y sus compañeros permanecieron en el
centro hasta el final de su deportación y a su disposición puso el capitán y
gobernador Ramón Regueral Jové tres construcciones, dos de fábrica y una de
madera, e «hizo todo lo posible para que no les faltaran a los mineros y
anarquistas las más elementales necesidades» 5. Sin embargo, según los
biógrafos del legendario anarquista Durruti 6, fue precisamente el
gobernador Regueral quien se negó a custodiarle a él y a algunos de sus
compañeros, puesto que su padre había sido asesinado en los años veinte por
militantes anarquistas. De ahí que Buenaventura y siete detenidos más no
permanecieran en Villa Cisneros y fueran trasladados a la isla de
Fuerteventura como destino definitivo.
Según otra versión menos
creíble, sostenida por Ramón Franco Bahamonde, quien por entonces había
realizado una visita de apoyo a los deportados, Regueral no habría tenido nada
que ver con el traslado de Durruti y precisamente, el alférez de navío Ramírez
habría aconsejado al gobernador que éstos fueran directamente asesinados. A
ello, según sus indagaciones, se opuso el capitán Regueral, quien afirmaría que
era «un jefe del Ejército y no un verdugo» 7.
Sin embargo, el propio Durruti ratifica la versión de sus
biógrafos en una carta su familia del 18 de abril de 1932:
«El hecho de encontrarme
separado del resto de los deportados ha sido cuestión del Gobierno. Pues
resulta que el gobernador militar de Río de Oro es el hijo de Regueral, y éste,
al enterarse de que yo iba a bordo del Buenos Aires comunicó al gobierno que si yo desembarcaba, él
presentaba la dimisión. Ésta es la razón por la que yo me encuentro en
Fuerteventura. Conmigo se encuentran siete compañeros más» 8.
De un modo u otro, este
grupo fue trasladados a Fuerteventura, donde permanecieron hasta septiembre de
1932. A bordo del Villa de Madrid, Durruti, Ascaso y Cano Ruiz regresaron a
España gracias a la magnanimidad del gobierno republicano, crecido en su
confianza tras el fracaso del intento de golpe de Estado de Sanjurjo el 10 de
agosto.
El resto de deportados que sí permanecieron en el centro de
Villa Cisneros vivían en unos barracones en la explanada exterior al fuerte,
donde antes habi
3 Fernández-Aceytuno, Mariano: Op.
cit., p. 340.
4 Morillas, Javier: Sáhara occidental.
Desarrollo y subdesarrollo,
Madrid, Ediciones El Dorado, 1988, pp. 153-154.
5 Fernández-Aceytuno, Mariano: Op.
cit., p. 340.
6 Vidal, César: Op.
cit.; Gilabert, A.: Durruti,
un anarquista íntegro, Barcelona, s.f.; Paz,
Abel: Durruti,
Barcelona, 1978; Acerete, J. C.: Durruti, Barcelona, 1975; Enzensberger, H. M.: El
corto verano de la anarquía: vida y muerte de Durruti, México, 1975.
7 Franco Bahamonde, Ramón: Unos días con los confinados en Villa Cisneros.
Afirmación de solidaridad universal, Madrid, Tierra, 1932, p. 25.
8 Paz, Abel: Op. cit., p. 230.
taban las familias de los
militares y empleados españoles. Éstos últimos, al parecer, se trasladaron al
interior por el «pánico que se produjo a la llegada de los terribles bandidos
con carnet» 9. En mayo fueron visitados, como ya hemos dicho, por Ramón Franco Bahamonde, en un «gesto de
solidaridad universal»10, «para que acabasen de una vez para siempre los métodos
represivos, crueles e inhumanos empleados por la Segunda República y exigir el
regreso a sus hogares de los hermanos alejados de la sociedad»11.
En realidad, según Abel Paz, «Ramón Franco, que no descansaba en
sus propósitos conspirativos, se desplazó a Villa Cisneros para visitarlos y
les propuso la organización de una evasión en un velero que había preparado al
efecto»12. Nada más llegar, el gobernador
Regueral le advirtió de haber recibido un telegrama de Azaña que le impedía
visitar o comunicarse con los confinados. Sin embargo, puesto que éstos salían
a una explanada a la que no le podían impedir el acceso, logró una visión de
la vida en el fuerte muy diferente a la que nos ofrecía Mariano Fernández
Aceytuno:
«Su aspecto exterior (de
los deportados) no podía ser más deprimente. Ropas en jirones, descalzos,
alguno cubría sus desnudeces con una manta, mal afeitados o con barbas largas,
mostraban el abandono en que los tenía sumidos el Estado republicano, que los
había arrancado de sus hogares y de sus trabajos, de la civilización»13.
Igualmente, ofrece una descripción del barracón en el que
habitaban, no exenta de la, por entonces, visión política del diputado de la
oposición:
«El salón-comedor, rincón
del barracón en forma de martillo, dispone de unas mesas de madera, que algún
día debió ser pino, y unos bancos que componen todo el ajuar. Esta pieza
constituye biblioteca-salón de lectura, comedor, cocina y sala de discusiones y
en ella las moscas son uno de los martirios de este mundo, desconocido por los
Casares, los Maura, los Azaña, los Largo y demás fauna que pulula por la península
ibérica»14.
Finalmente, su propuesta de evasión se demostró inviable y Ramón
Franco se limitó a atender la petición de los deportados de contrarrestar las
informaciones de los «cronistas del gobierno» con un relato real de la vida
que se llevaba en Villa Cisneros. Fruto de ello, probablemente, fueron los dos
libros que dedicó a su visita 15.
9 Franco Bahamonde, Ramón: Op. cit., p. 22. 10 Ibídem. 11 Franco Bahamonde, Ramón: Op. cit., pp. 5-6. 12 Paz, Abel: Op. cit., p. 229. 13 Franco Bahamonde, Ramón: Op. cit., p. 23. 14 Franco Bahamonde, Ramón: Op. cit., p. 28. 15 Franco Bahamonde, Ramón: La infamia de las
deportaciones ¡Villa Cisneros!, Fin del viaje,
Madrid, Suc. De F. Peña Cruz, 1933 y Unos
días con los deportados de Villa Cisneros: afirmación de solidaridad universal,
Madrid, Tierra, 1933.
Sin
embargo, el fin de la deportación fue, paradójicamente, provocado a raíz de la
«sanjurjada» y de la determinación del gobierno de deportar a los sublevados a
Villa Cisneros. Los anarquistas que aún permanecían allí fueron llevados
inicialmente a Fuerteventura y por fin en septiembre se les concedió la
libertad. Los primeros en salir fueron los mineros del Llobregat y los últimos,
Durruti, Ascaso, Cano Ruiz, Progreso Fernández y Canela. A su llegada a
Barcelona se convocó una multitudinaria manifestación proletaria, en la que,
Ascaso denunció que «lo que se había pretendido deportar eran las ideas, pero
que éstas habían permanecido imperturbables en la península»16.
Por tanto, como
consecuencia de las detenciones durante la sublevación de Sanjurjo, llegó a
mediados de septiembre el siguiente grupo de deportados a Villa Cisneros. El
10 de agosto, el intento de golpe de Estado fracasó estrepitosamente en Madrid
y Sevilla. Las fuerzas del Establecimiento Central de la Remonta fueron
incapaces de apoderarse del Ministerio de la Guerra y secuestrar a Azaña,
mientras que en la capital andaluza, Sanjurjo, si bien logró publicar un
manifiesto anunciando una dictadura, no contó con los apoyos prometidos en
otras guarniciones. A su vez, se encontró con la huelga general convocada por
comunistas y anarquistas de la CNT, por lo que optó, junto con su hijo y
Esteban Infantes, por abandonar Sevilla con la intención de dirigirse a Portugal.
Sin embargo, fueron apresados por la Guardia Civil en la barriada Isla Chica de
Huelva.
En la conspiración estaban
involucrados militares con intenciones difusas: los generales Sanjurjo,
Barrera, Cavalcanti, Goded, Fernández Pérez, González Carrasco, Villegas,
Coronel y Orgaz; los coroneles Varela, Martín Alonso, Valentín Galarza y Heli
Rolando Tella y los monárquicos Calvo Sotelo, José Luis Oriol, el conde
Vallellano y Fuentes Pila. Contaban a su vez con el apoyo del fascismo
italiano, de las JONS de Onésimo Redondo en Valladolid y con la colaboración
otros importantes cargos militares en diversas provincias.
El Ministro de Gobernación, Casares Quiroga, confeccionó
finalmente la lista de los 161 «caballeros deportados»17 detenidos tras el golpe.
En ella no estaba Sanjurjo, que fue condenado a muerte inicialmente por un
Consejo de Guerra, después fue indultado y tras
una temporada en el penal de El Dueso, acabó estableciéndose en Portugal. Pero
sí estaban incluidos en la lista siete coroneles, siete tenientes coroneles,
21 comandantes, 32 capitanes, veinte tenientes y un alférez, más un capitán,
dos tenientes y cuatro alféreces de la escala de Complemento, así como un
dibujante asimilado a alférez y un eclesiástico. El resto del grupo lo constituían
civiles: once abogados, cuatro licenciados e ingenieros, catorce profesionales
liberales, ocho estudiantes, tres empleados, cuatro industriales y un cocinero 18. Todos, salvo cuatro que
fueron
16 Paz, Abel: Op. cit., p. 235.
17 García de Vinuesa, Fernando: De
Madrid a Lisboa por Villa Cisneros, Madrid, Biblioteca Nacional, Fondo García Figueras, 1933.
18 Fernández-Aceytuno, Mariano: Op.
cit., p. 341.
desembarcados en Cádiz,
llegaron a Villa Cisneros a bordo del España número 5, escoltados por el cañonero Canalejas. Éste último será el que realice el traslado
final de los deportados por la ría de Villa Cisneros hasta anclar en el muelle.
Durante este tramo, el comandante del Canalejas parece que se mostró especialmente atento en el
trato hacia los deportados, amable con sus «compatriotas» y llegó incluso a
ofrecer un «cock-tail» a los golpistas 19. Ello era ya un primer indicador de la
consideración que los procesados
merecían entre algunos sectores de los Ejércitos de la República.
En España, periódicos como ABC, El Siglo
Futuro y La
Nación habían emprendido una
campaña contra la deportación de los «161 caballeros». Se basaban,
fundamentalmente, en argumentos legales que aludían a varios defectos en la
aplicación de la Ley de Defensa de la República. Según ellos, ésta había interrumpido
la consecución de los procesos judiciales ya iniciados en España y, por tanto,
la deportación no permitía a los deportados el derecho de defensa. Igualmente,
puesto que tales procesos no habían sido finalizados, era inconstitucional la
deportación de personas aún no consideradas culpables. La prensa republicana de
izquierdas, por su parte, apoyaba la medida tomada por Casares Quiroga. En El
Siglo Futuro, Ortiz Estrada publicaba:
«La conducta de la prensa
de izquierdas y la de los jaleadores del régimen, ha sido la que era de
esperar. Han gozado y gozan aún con el dolor ajeno. Allá ellos. Su conducta no
nos indigna; los compadecemos.
Nosotros en esta ocasión
estamos al lado de aquellos que sufren persecución por la justicia, con mayor
razón por cuanto hay entre ellos muy queridos amigos nuestros; podrá ser en
opinión de algunos legal, nosotros entendemos que no, pero lo cierto es que hay
detalles que la hacen más aflictiva, nuevos hasta estos tiempos.
Ni el destierro en tierras
inhospitalarias, ni la amenaza del hambre que sobre ellos y sus familias se
cierne, bastan para satisfacer el odio feroz de los valientes de hoy; es
necesario manchar reputaciones que hoy más que nunca brillan esplendorosas.
Hoy más que nunca rendimos
nuestra admiración ante los caballeros de Villa Cisneros» 20
Finalmente, el 28 de septiembre los deportados eran recibidos
por el capitán Regueral, aún
gobernador político-militar de Río de Oro, con una actitud muy diferente a la
que había mostrado unos meses antes hacia los insurrectos anarquistas, como
también lo era el signo político del grupo de deportados que debía recibir.
Hay que añadir que el cambio en su disposición respondía además a la
idiosincrasia de la jerarquía militar, de ahí que lo primero que hizo fue cuadrarse
ante uno de los conspiradores contra el gobierno legal republicano, el coronel
de infantería Ricardo Serrador Santos y darle novedades sobre la plaza,
19 García de Vinuesa, Fernando: Op.
cit., p. 205. 20 Cano Sánchez-Pastor, Antonio: Cautivos
en las arenas, Madrid, L. Rubio, 1933,
pp. 212-218.
por ser el más antiguo del
grupo. A continuación, Regueral «se movió de aquí para allá y dio las órdenes
oportunas para que estos hombres encontraran sus alojamientos en las mejores
condiciones y se les proporcionara una plaza de rancho caliente que templara
los estómagos revueltos por los zarandeos de la mar»21.
Las condiciones en que se desarrollaría su estancia fueron
obviamente muy favorables, tanto, que harían posible la fuga de 29 de ellos en
diciembre del mismo año. Así lo admite uno de los deportados, Antonio Cano
Sánchez-Pastor, quien no deja de comparar su estancia con la de los comunistas
y anarquistas que les precedieron:
«Quiero hacer constar,
antes de terminar esta crónica, que el trato que recibimos en Villa Cisneros es
idéntico al que se le dio a los comunistas, sin que esto quiera decir que
fuera malo. Aunque el gobernador de esta colonia cumple fiel y exactamente las
órdenes emanadas del Gobierno, nos consta que es persona de carne y hueso y no
un ‘fantasma marítimo’ como el que padecimos en la ‘Checa flotante’ del España
número 5» 22.
Sin embargo, el diario ABC mantendrá en la península que las condiciones
del confinamiento eran extremadamente duras, de modo que nuevamente se generaba
otra controversia con la prensa de izquierdas al respecto:
«... y mientras para éstos
(los deportados que regresen a España) cesa el implacable castigo del
confinamiento en tierras inhóspitas y en condiciones durísimas —digan lo que
quieran los sectarismos de la extrema izquierda y del socialismo oficioso— ...»23
Lo cierto es que los
deportados habían sido situados en el
campamento de aviación y tenían la posibilidad de pasear, de pescar, de acudir
al Economato o bañarse en la playa próxima al muelle. El gobernador, incluso,
«con ese espíritu de fraternidad que rige la vida castrense, sacrificaba su
intimidad familiar para llevar a su mesa a los más destacados compañeros de
armas» 24 y «algunos comían pavo,
otros besugo y casi todos oían la misa que improvisaba el padre Coll en uno de
los barracones» 25. Igualmente, gracias a la ayuda de Regueral, que les proporcionó material y tiendas de campaña, mejoraron de
modo sensible las estancias en que debían habitar.
Según Fernando García de Vinuesa, nada tenía de extraño «que el
gobernador no pusiese ninguna dificultad a los paseos y demás privilegios;
meses an
21 Fernández-Aceytuno, Mariano: Op.
cit., p. 341. 22 Cano Sánchez-Pastor, Antonio: Op.
cit., p. 60. 23 «El regreso de los confinados» (artículo sin
firma), ABC, enero 1933 (¿) cit. en
Cano Sánchez
pastor, Antonio: Op. cit.,
p. 221. 24 Fernández-Aceytuno, Mariano: Op. cit., p. 343. 25 Fernández-Aceytuno, Mariano: Op. cit., p.
342.
tes habían estado bajo su guarda los comunistas
y observaba con ellos el mismo régimen de expansión, ya que no era de temer el
que se evadiesen, dadas las condiciones del lugar» 26.
Pudieron celebrar, por ejemplo, el día de la
Virgen del Pilar, fiesta de la Raza, por todo lo alto. Iniciaron con una misa
de comunión en la capilla del fuerte y por la tarde, en el hangar de la
Compañía Aeropostal y sobre un estrado, se situó a la venerada imagen, a cuyo
pie hablaron varios militares y el padre Coll. Jaime Arteaga se permitió
incluso el lujo de cantar jotas de significación política contraria al
gobierno republicano y reivindicativas de las causas que les llevaron al golpe.
Entresacamos algunas estrofas:
«Aquel que quiera buscar un lema para su ley, lo encontrará en
mi bandera, que dice: Dios, Patria y Rey.
La Remonta, el diez de agosto, ha luchado sin desmayo, dejando
fecha gloriosa que es digna del Dos de mayo
Para tomar Ministerios, sobran las combinaciones basta con
hombres valientes, siempre que no haya soplones.
La Virgen del Pilar fue, y es capitana de España, aunque nos
diga que no todo el Gobierno de Azaña.
La Virgen del Pilar quiere que se marchen los masones y vuelva
Cristo a reinar en todos los corazones.
Por cumplir un juramento me mandaron confinao. ¡Señor que todos
mis males vengan por el mismo lao!
Militares y paisanos
26 García de Vinuesa, Fernando: Op. cit., p.
271. todos de Villa Cisneros, aunque marchemos de
aquí, jamás os olvidaremos»27.
La fiesta culminó finalmente con la lectura de
la composición, igualmente significativa, del comandante de Caballería Carlos
Maturana:
«Prometisteis al Rey y a Dios jurasteis sus banderas seguir
hasta la muerte, y ha querido sin duda vuestra suerte cumplierais la palabra
que empeñasteis. Ese Dios, ese Rey y esa bandera los habéis seguido, deportados
como ellos, más allá de la frontera. estaréis orgullosos y contentos, pues,
aunque lejos de la patria amada, podéis llevar la frente levantada, cumpliendo,
cual cumplís, los juramentos» 28
En el centro recibieron incluso la visita de un
periodista del Corriere della Sera, que compartió con ellos algunas horas y escribió
un artículo que conmovería a la Italia fascista. Fue publicado el 8 de enero
de 1933 y llevaba un mensaje de salutación al Papa, al Rey de Italia y a
Benito Mussolini. Según su autor, la deportación era en sí misma inhumana:
«Es la deportación una forma brutal y en
ciertos aspectos salvaje, que quita al vencido hasta su personalidad. La
deportación es ya dura pena, porque aparta el hombre de su trabajo, de sus
costumbres, de su vida; pero resulta diabólica, cien veces más atroz que los
trabajos forzados, si a la lejanía de la tierra, de los afectos, de los medios
de vida civil, se añade el metódico aniquilamiento de la personalidad, de la
espiritualidad, de la dignidad: el embrutecimiento, como es el programa que se
sigue para los relegados a Villa Cisneros.
Allí me encontré con el infierno de los
hombres. Si es que han pecado, ni siquiera Dante las hubiera asignado semejante
suerte» 29
Sin embargo, admite que las condiciones de la
deportación se suavizaban en parte
gracias a las fortunas de los deportados:
«Quien tenía alguna fortuna fuera de España ha
podido hasta cierto punto procurarse dinero. Y la fraternidad es grande. Hay
hasta una especie
27 García de Vinuesa, Fernando: Op. cit., pp. 232-236. 28 García de Vinuesa, Fernando: Op.
cit., p. 236. 29 Massai, Mario: «Un día entre los deportados de Villa
Cisneros», El Corriere della Sera, 8 de enero de 1933, cit. en
Cano Sánchez-Pastor, Antonio: Op. cit., pp.
222 y ss.
de
banquero de los deportados, que es, al fin y al cabo, el hombre más desinteresado
de aquella tierra» 30.
También las Infantas de España Beatriz y María Cristina de
Borbón les expresaron su apoyo a través de una carta, cuyo texto decía:
«Savoy Hotel, noviembre de
1932. Desde aquí intentamos que os llegue la expresión de nuestro sincero
cariño y profundo agradecimiento. Podéis estar seguros que os recordamos
constantemente y pedimos a Dios os dé fuerzas para soportar tantas amarguras,
esperando no duren y que oigamos pronto que estáis de vuelta en vuestras
casas. Pobres infelices, ¡qué pena nos dais en ese horror de sitio, tan lejos
de todo consuelo!. No os olvidamos nunca y sabéis que siempre podéis contar con
nuestra amistad y cariño. Beatriz y María Cristina (rubricado).» 31
Sin embargo, y a pesar de
las palabras de aliento de las infantas, los deportados sí se quejaban del
abandono al que, según ellos, les habían destinado todos los políticos,
incluso los monárquicos. García de Vinuesa se queja del hecho de que «ninguna
personalidad política se ha ocupado de nosotros, haciendo una campaña dura,
eficaz y concienzuda a favor nuestro». Reclama «una labor de conjunto de toda
la derecha española» que, a su juicio, no sólo no se ha dado, sino que dio su
voto de confianza a Azaña en la Cámara con motivo del golpe del 10 de agosto.
De ahí que, 84 de los 138 deportados abandonaran las ideas liberales y se
adhiriesen a la Comunión Tradicionalista, con motivo de lo cual celebraron una
cena en Villa Cisneros para obsequiar a los representantes de la misma. Parece
ser que tuvieron todas las libertades para organizarla y que en el centro de la
mesa pusieron, en una lata de foie-gras una bandera roja y gualda. En cada uno
de los platos de los comensales, con el nombre de cada uno, la letra de la Marcha
Real.
De todo lo anterior se
deduce que no tenían un estrecho control en sus actividades diarias, solamente
una lista de diana y otra de retreta (que observaba el número de ellos que
permanecían en los barracones), así como el lejano control del cañonero Canalejas, que desde la ría vigilaba la aproximación de
cualquier embarcación. Ellos mismos se organizaron en diversas juntas
militares, de las que la más importante era la municipal, para dirigir la vida
en el penal y que disponía incluso de esclavos negros. Se dividían en diversos
servicios por secciones, como el de limpieza, cocina, finanzas, correos,
juegos y recreos y mayordomía de críados. Una de tales juntas sería la junta
secreta pro evasión, encargada de realizar los planes de fuga.
Al frente de la misma se encontraba Manuel Fernández Silvestre y
junto a él, entre otros, el comandante Jonte y el teniente auditor de primera
Ansaldo. La evasión, según Fernando García de Vinuesa se había convertido en
una obse
30 Ibídem. 31 Carta citada en Fernández-Aceytuno, Mariano: Op. cit., p. 342.
sión. No pasaba un solo
día sin que la Junta se reuniese y ya se habían enviado cartas con
instrucciones a las personas que en Europa podían ayudarles. Al llegar el mes
de noviembre, si bien la comunicación con el exterior había sido continua, lo
cierto es que aún no se había concretado nada.
Sin embargo, durante la
primera semana, varios deportados habían organizado una fuga que se verá frustrada
por la falta de dinero. Jonte, Caro, Silvestre, Cavanas, Pineda y García de
Vinuesa llegaron incluso a subir a un barco que les esperaba con el fin de
evadirse. Si a las siete de esa misma tarde no habían vuelto, el resto de
deportados que aún permanecían en el fuerte se dirigirían también hacia la
embarcación. Sin embargo, las negociaciones de Jonte con el capitán de la nave
no obtuvieron el objetivo deseado. El precio del rescate alcanzaba un millón y
medio y ninguno de los presentes se aventuró a garantizar la satisfacción de
esa cantidad. Al final regresaron al fuerte y avisaron a tiempo al resto de
que el intento de fuga había sido frustrado.
Unos días más tarde, el 17 de noviembre, llegó la noticia al
fuerte de que de nuevo el España número 5 se encontraba en Cádiz, desde donde debía venir
a recogerlos, repatriarlos y procesarlos. La prensa conservadora de Madrid, también
se preguntaba sobre el fin de la deportación. En el diario ABC
aparecía el siguiente
artículo:
«Casares no sólo no aventura una impresión
propicia al levantamiento
de la pena gubernativa, sino que se encierra en
un silencio inquebrantable
acerca de lo que una situación jurídica tan
irregular para los que están pro
cesados como para los que no lo están, haya de
prolongarse.
No
necesitamos reiterar los razonamientos incontrovertibles que he
mos opuesto a la juricidad de semejantes penas
sin delito o por delitos,
cuyo esclarecimiento está a cargo del fuero
judicial. Pero sí hemos de
decir que la añadidura implacable de la
incertidumbre sobre el término de
esas penas las agrave en términos de insólita
crudeza, a la que el Gobierno,
aunque desestime las apelaciones de orden
jurídico, debe poner fin por es
píritu humanitario» 32
Un mes más tarde, el 17 de diciembre repatriaron a seis
deportados, que eran el alcalde de La Rinconada, Hurtado de Amézaga, los
señores Ozaeta, Rodríguez Chicharro y el detenido gubernativo, señor Trénor.
Para el resto, se esperaba sin remedio la llegada del España
número 5. Incluso una carta del
general Barrera en nombre de «un grupo que en Europa se ocupaba de la evasión»
33 se proponía como financiador de una
fuga inmediata, lo cual hubiera sido útil en el intento frustrado del mes
anterior.
El día 28 supieron por la radio que el diputado Barriobero
interpeló a Casares Quiroga sobre la situación de los deportados en Villa
Cisneros, a lo que
32 «El regreso de los
deportados», ABC, noviembre 1932 (¿), cit.
en Cano Sánchez-Pastor, Antonio: Op. cit., pp. 219-220.
33 García de Vinuesa, Fernando: Op.
cit., p. 280.
contestó que las fechas de
repatriación ya habían sido marcadas. Casares mantuvo sin embargo que éstas se
mantendrían en secreto y que su actitud sería dura, para evitar que se volviese
a hacer la revolución. El miedo entre los deportados fue tal que se constituyó
de inmediato una junta con el objetivo de preguntar uno por uno a todos ellos
cuál sería su actitud en el caso de que llegara el España
número 5.
Y mientras tanto, la fuga
continuaba perfilándose. Un mes antes, uno de los deportados había mantenido
contactos y había obsequiado a unos pescadores que habían acudido al puerto
para hacer provisiones. A raíz de ello, el 31 de diciembre de 1932 se dieron
todas las condiciones para la huida. Durante la tarde, y aprovechando la
ausencia del cañonero Canovas, que había relevado al Canalejas y que había zarpado a carbonear a Las Palmas,
la langostera Aviateur Le Brix 34, de pabellón francés, se
acercó a punta de La Sarga y arrió un bote que recogió a 29 de los deportados,
ante la pasividad de las autoridades y sobre todo de su gobernador. Entre los
evadidos figuraban destacados jefes militares, como los coroneles Serrador y
Gabriel de Benito, el teniente coronel Martín Alonso, el comandante Maquiera y
los capitanes Jonte, Morlan, Enrile, Ansaldo, Gonzalo Rücker, Cabanas,
Fernández Silvestre, Barroeta y García de Vinuesa, así como otros tenientes,
abogados y estudiantes. Otros se negaron a evadirse, como el teniente Augusto
Caro y Valverde, el capitán de Caballería don Ricardo Uhagón, Fernando Cobián,
Santacruz o Társilo Ugarte.
La versión oficial de los
acontecimientos resulta confusa y ambigua, y denota, cuanto menos, una enorme
falta de responsabilidad y un exceso de confianza del capitán Regueral hacia
sus presos y compañeros de armas. Al parecer, el gobernador no se apercibió de
la huida de algunos de ellos durante la tarde, si bien éstos tuvieron que pasar
frente al cuarto en el que éste estaba sentado. Sin embargo, Regueral no
confirmó la fuga hasta la hora de la cena de fin de año y solamente gracias a
que algunos de los huidos habían sido invitados a su casa y no se habían
presentado. Cuando un centinela le informó sobre los acontecimientos sucedidos
hacía horas, parece que el capitán únicamente se preocupó del bienestar de los
evadidos, cuya embarcación podría zozobrar en los remolinos que había hacia el
puerto más próximo. En pleno nerviosismo dio un traspiés en el comedor y hubo
de delegar en el teniente Villalaín para que constatara, al pasar lista, la
falta de 29 deportados 35.
La persecución del Aviateur Le Brix tampoco careció de una serie de incidentes
sorprendentes e incomprensibles. Primero, una falúa de la Compañía
Transatlántica que se había dispuesto para alcanzarles se incendió con el fuego
34 Los evadidos hicieron, el tercer día de fuga, una resolución «de solemnidad» según la cual jamás
revelarían el nombre de la embarcación que les transportaba, García de Vinuesa,
Fernando: Op. cit.,
p. 307.
35 Parece ser que en un principio las negociaciones con el patrón de la embarcación fijaron el número de
evadidos en diez o doce, si bien se presentaron en la playa finalmente
veintinueve. Debido a tal incremento inesperado, los evadidos tuvieron que
asumir durante la fuga los consiguientes problemas de albergue y de
distribución de la comida.
de un farol. Si bien no hubo víctimas, parece
que la visión de la embarcación en llamas en medio de la bahía causó el
regocijo de los presentes, entre los que se encontraba el gobernador, quien
sentenció:
«Estas son las luminarias de la victoria» 36
Después, el pailebot Río
de Oro encalló con una compañía a
bordo en la barra de salida de la ría a la altura de la Sarga. Al parecer, los
barcos de guerra anclados en Canarias también fueron avisados por el
gobernador. Sin embargo, sin ningún problema, el Aviateur
Le Brix comenzó a navegar el día 1
de enero con rumbo oeste. En un principio se evitó costear para evitar a los
barcos procedentes de Canarias. Tampoco se eligió la dirección hacia Dakar,
por resultar demasiado evidente para sus perseguidores. Finalmente, los
posibles destinos elegidos eran Cabo Verde, Madera o las Azores. Incluso se
planteó la posibilidad de llegar a Portugal o a alguna playa francesa, lo cual
se descartó por tener que pasar demasiado próximos a Finisterre. Según
Fernando García de Vinuesa, que se encontraba entre los fugados, se eligieron
finalmente las posesiones portuguesas por la simpatía que sentían por su
gobierno, así como por la existencia de líneas de vapores desde estas islas
que les podrían llevar a Lisboa, añorada como destino final.
Pero el día 7 de enero, el
Aviateur Le Brix se había perdido en el mar y su tripulación tenía serias
dificultades para orientarse correctamente. Creían haberse dirigido demasiado
hacia el oeste, habiendo dejado Las Azores al este. Retomaron la idea de
alcanzar incluso las costas de Portugal, pero el viento no se lo permitía. La
espera se hizo angustiosa y la escasez de la comida comenzó a hacerse extrema.
Casi por casualidad, habiendo ya perdido toda esperanza de situarse, llegaron
la noche del 14 de enero a un malecón de Cezimbra. Allí fueron acogidos los
golpistas por las autoridades locales con gran hospitalidad y les
proporcionaron todo cuanto necesitaban. Incluso el ministro del Interior les
facilitó un medio de transporte hacia Lisboa.
Había finalizado la primera fuga de la colonia penitenciaria de
Villa Cisneros y los mismos evadidos admitieron lo providencial del éxito de
su huida. García de Vinuesa admitía:
«Dados los escasos medios
de que disponíamos, se hubiera calificado de chiquillada el acometimiento de
esta empresa, que, al ser coronada con el éxito, ni nosotros ni nadie duda en
calificarla de providencial, pues sin la ayuda eficaz, sin la protección del
Todopoderoso, es indudable que no hubiéramos podido triunfar de todos los
obstáculos que habíamos de salvar, ni de todos aquellos que detuvo su mano
providente» 37.
En el artículo ya mencionado del Corriere
della Sera, que finalmente será
publicado el 8 de enero de 1933 y, por tanto, en plena fuga de los deportados,
36 García de Vinuesa, Fernando: Op.
cit., p. 300. 37 García de Vinuesa, Fernando: Op.
cit., p. 298.
se menciona la controversia que existió en la
prensa en torno a las circunstancias y detalles que la hicieron posible:
«Los periodistas
madrileños, que bordan lacónicos telegramas con detalles de la fuga de los
veintinueve de Villa Cisneros, hablan de centinelas sobornados, de puertas
blindadas abiertas en el momento oportuno, de guardias embriagados. Son
fantasías. Lo que ha permitido escapar a los deportados no es la escasa
vigilancia: ha sido, sobre todo, el impulso de la desesperación» 38.
Como consecuencia,
Regueral fue destituido y se retiró a León. El nuevo gobernador, el capitán de
infantería Juan Fernández Aceytuno, llegó a Villa Cisneros el 6 de enero. Dada
su condición militar, se generó nuevamente el mismo problema que se le había
planteado a Regueral: entre los deportados que no se habían fugado se
encontraba el coronel Eugenio Sanz de Larín, que recientemente había ostentado
el mando de su Regimiento. De nuevo surgía el dilema entre la lealtad militar
y el respeto por la legalidad republicana.
Las condiciones de la
estancia de los deportados no se resintieron en absoluto. La noche de la
evasión se obligó a todos a permanecer en sus «jaimas» y fueron sometidos a un
régimen de vigilancia muy estrecho. Pero con el paso del tiempo la situación se
relajó. En ocasiones incluso se llegaron a plantear momentos críticos provocados
seguramente por una excesiva permisividad. De ahí que, por ejemplo, se pusiera
de moda usar en sus paseos jerseys rojos y amarillos y crear formaciones y
grupos que compusieran la antigua bandera nacional, en desafío a la republicana
tricolor. Incluso algunos de ellos llegaron a provocar al Cuerpo de Guardia
vestidos con esta indumentaria, lo que provocó la intervención del antiguo
coronel Eugenio Sanz de Larín para apaciguarles.
Finalmente el último grupo
de deportados que llegaría a Villa Cisneros en este período, ya en plena guerra
civil, será el de los treinta republicanos de izquierdas detenidos en Tenerife
a raíz de la sublevación del 18 de julio de 1936. Éstos fueron embarcados el
día 20 en el Santa Rosa de Lima, el Gomera, el Santa Elena y el Adeje y permanecieron anclados en la costa de la isla durante un mes.
El 17 de agosto, 38 de ellos fueron trasladados al Adeje, cuarto buque de la flota, que les llevó a un
campamento de concentración en Las Palmas, a Fuerteventura y a Cabo Juby. Desde
allí, el Viera y Clavijo, cuya tripulación dio sobradas muestras de afecto a los
detenidos republicanos, les llevó a Río de Oro. Allí fueron recibidos por la
«mía» indígena y, una vez ante el fuerte, formaron filas y escucharon los
discursos del comandante –más afectuoso- y del teniente La Gándara, jefe de la
«mía», quien les advirtió de haber dado la consigna de disparar a la menor
sospecha de fuga 39.
38 Massai, Mario: «Un
día con los deportados de Villa Cisneros», Corriere della Sera,
8 de enero de 1933, cit.
en Cano Sánchez-Pastor, Antonio: Op. cit., p. 235.
39 Zahareño, José: Op.
cit., p. 55.
Su
estancia no fue en un principio cómoda. Recluidos en el calor de las «jaimas»,
no les estaba permitido abrir las ventanillas de tela ni acercarse a las
puertas. Desde el primer día fueron obligados a la realización de varios
trabajos, como cavar una zanja que haría las funciones de retrete o el trazado
de una carretera que recorriese la planicie de la península. En el fuerte,
tenían que soportar que ondease al viento, no sólo la bandera monárquica, sino
que incluso la arropara la bandera nazi.
Sin embargo, con el tiempo
las condiciones se fueron suavizando. Podían recibir hasta tres litros y medio
de agua al día, comprar en la factoría o en la cantina lo que necesitaran y se
les permitió incluso recibir noticias de sus familias de Canarias. Únicamente
llegaba prensa canaria de ideología derechista —La
Tarde, La Prensa, La Provincia—, sin embargo, según los propios deportados, la devoraban en
cuanto era recibida, si bien la sometían al filtro de su capacidad intelectual
para poder conocer, sobre todo, la verdadera marcha de la guerra.
Mientras tanto las repatriaciones se iban sucediendo. La mayoría
eran trasladados a Tenerife con el objetivo de ser interrogados, pasar a
prisión o directamente al Consejo de Guerra. Tales traslados eran muy temidos,
puesto que las noticias que llegaban de las islas no eran demasiado halagüeñas
en cuanto al trato que se dispensaba a los presos. Y paralelamente la fuga se
iba fraguando de nuevo, tal y como afirmaba José Zahareño, uno de los
deportados:
«La fuga era el
pensamiento fijo de todos nuestros días y el sueño dichoso de todas nuestras
noches. Cada uno de nosotros tenía su plan y nos transmitíamos los detalles que
complementaran o reformaran el plan del otro y lo hacían más perfecto y, sobre
todo, más cercano» 40.
De ahí que inspirados por
estas intenciones, concibieran una posible fuga hacia los establecimientos
franceses en el desierto, con la colaboración de un alférez republicano que
había en el centro. Según sus estimaciones, si bien el capitán gobernador
haría perseguirles, una orden del alférez al respecto detendría a la tropa que,
en general, les mostraba su afecto. Al parecer, éstos hombres estaban
descontentos con los mandos y hacia cuatro meses que no cobraban su paga, por
lo que se quejaban frecuentemente y celebraban incluso largas conferencias y
asambleas para encontrar una solución a su situación. La camaradería con los
soldados y los guardianes saharauis se había fraguado durante los duros días de
trabajos conjuntos y éstos les traían incluso las noticias favorables a los
republicanos que provenían del frente.
Finalmente, a los siete meses de haber llegado a Vila Cisneros,
el capitán gobernador y la «mía» partieron hacia el interior del Sáhara y
abandonaron la península de Río de Oro. Pretendían, al parecer, calmar a las
tribus saharauis y detener las deserciones, así como reclutar nuevos hombres
para llevar al frente
40 Zahareño, José: Op.
cit., p. 87.
de la guerra. Aprovechando
tal ausencia y con la colaboración de la tropa, los deportados no tardaron en
sublevarse. Armados con quince fusiles hubieron de enfrentarse con algunos de
los oficiales, de los resultaron muertos dos, uno se fugó y el resto fueron
hechos prisioneros o se entregaron.
La estación de radio, un
mástil de 70 metros con alcance hasta las islas Canarias fue destruida a
golpes de culata. De este modo los buques armados no podrían ser avisados. Los
grupos que habían de tomar el barco correo que les permitiría la fuga
definitiva eran dos: uno de veinte hombres que debía ir por la costa en el
camión hasta Las Sargas y otro de doce que debía montar en una falúa y abordar
el buque desde el mar.
Al acercarse al barco, se
llenaron de regocijo al comprobar que se trataba de nuevo del Viera
y Clavijo y que su tripulación les
ayudaba a emprender la huida con sus lanchas. Se marcharon noventa y nueve
hombres con todos los equipajes, fusiles, machetes y pistolas y las dos
ametralladoras del fuerte con sus dotaciones completas. Llevaron con ellos
también a varios rehenes elegidos entre los oficiales presos, ante el temor de
una agresión para detener su fuga. La tripulación del Viera
y Clavijo, treinta y cinco hombres
del buque y dos oficiales de la Marina mercante secundaron su aventura;
mientras que sólo el capitán y algunos oficiales fueron recluidos en los
camarotes con centinelas.
Fue probablemente un avión
de la Air France el
que avisó a Canarias de su fuga y dos días después comenzó a perseguirles un
crucero italiano que estuvo haciendo indagaciones sobre su paradero entre los
pesqueros. La prensa canaria también publicó la noticia de su hundimiento por
aviones alemanes. El 17 de marzo finalmente, el Viera
y Clavijo vislumbraba las costas del
Senegal.
La hazaña de la
sublevación y de esta segunda fuga del fuerte provocó las comparaciones con la
de los conspiradores de la «Sanjurjada». José Zahareño se refiere a su propia
huida como «una verdadera aventura novelesca», no como «la de los niños bien de
la calaverada de agosto, que convirtieron con su dinero a Villa Cisneros en un
inmenso burdel y que se produjo gracias a un cheque al portador que aún no se
sabe quien aceptó, porque la responsabilidad se diluía en muchos»41.
De un modo u otro, finalizaban las deportaciones en este
período, marcadas por una fuerte controversia en cuanto a la actitud de los
mandos de Villa Cisneros hacia los hombres recluidos en la colonia
penitenciaria. Se trataba claramente de un traslado de la polarización política
generada en la metrópoli y que allí se ponía de manifiesto en el trato hacia
grupos de ideologías extremas: un grupo de anarquistas primero, de monárquicos
y militares después, con la excepción, finalmente, de treinta republicanos
moderados defensores de la legalidad frente al Alzamiento y en pleno contexto
ya de la Guerra Civil. Igualmente, el éxito de las dos fugas consecutivas pone
de manifiesto no solamente la permisividad o la ineficacia de los mandos, sino
también la escasez de medios y la precariedad de la administración española en
el Sáhara, que se revelará extrema en los años sucesivos.
41 Zahareño, José: Op.
cit., p. 152.
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