Documental Buenaventura Durruti CNT AIT FAI









Durruti un revolucionario nato

Durruti en la revolución española


   Un hombre de acción. Un defensor acérrimo de las ideas libertarias. Un luchador del sindicalismo. El nombre de Buenaventura Durruti (León, 1896-Madrid, 1936) apareció en los periódicos de la época con motivo del asalto al Banco de España de Gijón. Más tarde formó parte de una organización conocida como «Los Justicieros» o «Los solidarios», responsable del ajusticiamiento del presidente Dato, así como del cardenal de Zaragoza.
   He aquí sólo algunos datos de esta apasionante biografía sobre una de las principales figuras del anarquismo español, que murió durante la defensa de Madrid tras el estallido de la Guerra Civil. “Durruti en la Revolución española” se publicó por primera vez en Francia, ya que dadas las circunstancias políticas de los años setenta no pudo editarse en la lengua en la que había sido escrita ni para el público al que principalmente se dirigía. Con el paso de los años, se convirtió en un verdadero libro de referencia que ha sido traducido a numerosas lenguas.

   No pretende Abel Paz en estas páginas mitificar al militante ni elevarlo al panteón de los hijos ilustres muertos por la patria o la revolución, sino rescatar del olvido a un personaje que, por sus cualidades personales, su intensa vida -transcurrida en su mayor parte en la clandestinidad, las cárceles y el exilio- y su proyección histórica merece ser recordado más allá de la historia oficial.

ACOGIDA DEL LIBRO

   "Demasiado olvidado, como todo lo referido al anarquismo, Buenaventura Durruti es uno de los grandes mitos de la guerra civil (aunque murió en sus comienzos, en noviembre del 36) y del siglo XX español. Abel Paz le dedicó una monumental biografía, Durruti en la revolución española, que desborda sus aspectos personales para analizar los avatares políticos de las primeras décadas del siglo. Constantemente reeditada y traducida a diversas lenguas, la obra sale ahora en La Esfera de los Libros". Ángel Vivas, "El Mundo".

Abel Paz

   Abel Paz ha consagrado su actividad a difundir los ideales libertarios a través de innumerables conferencias y trabajos de investigación. Entre sus libros -algunos traducidos al francés, inglés, portugués, alemán, griego, italiano, turco, japonés…- cabe destacar: "CNT 1939-1951: el anarquismo contra el Estado franquista", "Crónica de la columna de hierro", "A pie del muro", "Viaje al pasado (1936-1939)" y "La cuestión de Marruecos y la República española".

Editorial: La Esfera de los Libros
Colección: Historia del siglo XX
Género: Biografía
Páginas: 840

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Durruti y la revolución

 


Abel Paz






El 23 de julio de 1936 García Oliver se dirigió por radio a los obreros aragoneses, con un discurso incendiario, incitándolos a la lucha:
"Salid de vuestras casas. Arrojaos sobre el enemigo. No aguardéis un minuto más. En este preciso instante habéis de poner manos a la obra. En esta tarea han de destacarse los militantes de la CNT y de la FAI. Nuestros camaradas han de ocupar la vanguardia de los combatientes. Y si es preciso morir, hay que morir (...). Os decimos que Durruti y el que os habla -García Oliver- partirán al frente de las columnas expedicionarias. Mandamos una escuadrilla de aviación para bombardear los cuarteles. Los militantes de la CNT y de la FAI han de cumplir con el deber que exige la hora presente. Emplead toda clase de recursos. No aguardéis a que yo finalice mi discurso. Abandonad vuestras casas, quemad, destruid. Batid al fascismo"(66).
El anuncio de que se estaban organizando columnas obreras para marchar sobre Aragón suscitó enorme entusiasmo en Barcelona. Los obreros acudieron a sus respectivos sindicatos para inscribirse como voluntarios y los Comités de Barrio comenzaron a tomar la iniciativa de instruir a los voluntarios en los campos de fútbol, u otros terrenos, en las normas más elementales de la lucha, así como en el lanzamiento de bombas de mano y el funcionamiento del fusil.
Entre los inscritos los había de todas las edades, yendo desde los catorce hasta los sesenta años. Y prevalecían activos y competentes militantes obreros y jóvenes libertarios. Inmediatamente se tomó conciencia de que si lo más capaz y mejor preparado de la CNT y de las Juventudes Libertarias salían para el frente, la retaguardia quedaría en manos de los últimos llegados, lo que podría poner en peligro el proceso de autogestión que se estaba llevando a cabo por los obreros, y que se extendía como mancha de aceite. El entusiasmo hubo de frenarse, reflexionando que si bien era importante pegar tiros, aún era más vital triunfar en la expropiación colectiva que se estaba llevando a término, y salir airosos en la nueva etapa económica y social, puesto que de ella dependería, en última instancia, el triunfo de la revolución con la afirmación de la capacidad política y económica de la clase obrera(67).
Esta movilización obrera era única en su género. No había sido decretada por nadie y brotaba directamente de la base. Los voluntarios discutían entre sí sobre la mejor manera de organizarse, porque no se quería resucitar ni el espíritu militarista ni la jerarquía de mando. Y fue de esas conversaciones entre los futuros combatientes que apareció la estructura y organización de las milicias, que se conservaría hasta la militarización general en marzo de 1937. La organización ideada era simple: diez hombres constituirían un grupo que nombraría un delegado; diez grupos formarían una centuria que elegiría a su vez su delegado de centuria; y cinco centurias formarían una Agrupación a cuya cabeza se situaría a un responsable que, junto con los delegados de centurias, formaría el Comité de Agrupación(68).
Pérez Farràs, en tanto que militar y asesor técnico que sería de la Columna "Durruti" que se estaba formando, inmediatamente mostró su desacuerdo sobre esa forma de organización, manifestándose pesimista sobre su valor combativo. Durruti se apercibió pronto que Pérez Farràs no sería mucho tiempo su asesor técnico-militar, y eligió al sargento de artillería Manzana, que comprendía mejor la psicología de los anarquistas hostiles a todo cuanto significara la práctica piramidal militar de manda y obedece. Como asesores, a Manzana y a Carreño, un maestro de escuela, Durruti les confió la tarea de dotar a la Columna con piezas de artillería, municiones y un cuerpo sanitario con médicos y enfermeras, dotados de un quirófano de urgencia.
Manzana, sin muchas explicaciones, comprendió pronto lo que Durruti deseaba de él, y se las compuso a las mil maravillas para cumplir su misión. Conocía a varios soldados de los que se incorporaron a la formación de la Columna, y también a algunos oficiales, y, contando con el apoyo de Durruti y con la idea de que pudieran servir de auxilio instructor a los demás, toda esa gente fue introduciéndose por entre los grupos formados, pero sin violencias, fraternalmente.
Sin embargo, por su lado, Pérez Farràs continuaba pensando de la misma manera, y terminó por plantear la cuestión directamente a Durruti:
"-Con ese método no se puede combatir".
Y Durruti le repuso:
"-Ya lo dije, y vuelvo ahora a repetirlo: durante toda mi vida me he comportado como anarquista, y el hecho de haber sido nombrado delegado responsable de una colectividad humana no puede hacer cambiar mis convicciones. Fue bajo esa condición que acepté cumplir la tarea que me ha encomendado el Comité Central de Milicias.
"Pienso -y todo cuanto está sucediendo a nuestro alrededor confirma mi pensamiento- que una milicia obrera no puede ser dirigida según las reglas clásicas del Ejército. Considero pues, que la disciplina, la coordinación y la realización de un plan, son cosas indispensables. Pero todo eso no se puede interpretar según los criterios que estaban en uso en el mundo que estamos destruyendo. Tenemos que construir sobre bases nuevas. Según yo, y según mis compañeros, la solidaridad entre los hombres es el mejor incentivo para despertar la responsabilidad individual que sabe aceptar la disciplina como un acto de autodisciplina.
"Se nos impone la guerra, y la lucha que debe regirla difiere de la táctica con que hemos conducido la que acabamos de ganar, pero la finalidad de nuestro combate es el triunfo de la revolución. Esto significa no solamente la victoria sobre el enemigo, sino que ella debe obtenerse por un cambio radical del hombre. Para que ese cambio se opere es preciso que el hombre aprenda a vivir y conducirse como un hombre libre, aprendizaje en el que se desarrollan sus facultades de responsabilidad y de personalidad como dueño de sus propios actos. El obrero en el trabajo no solamente cambia las formas de la materia, sino que también, a través de esa tarea, se modifica a sí mismo. El combatiente no es otra cosa que un obrero utilizando el fusil como instrumento, y sus actos deben tender al mismo fin que el obrero. En la lucha no se puede comportar como un soldado que le mandan, sino como un hombre consciente que conoce la trascendencia de su acto. Ya sé que obtener esto no es fácil, pero también sé que lo que no se obtiene por el razonamiento no se obtiene tampoco por la fuerza. Si nuestro aparato militar de la revolución tiene que sostenerse por el miedo, ocurrirá que no habremos cambiado nada, salvo el color del miedo. Es solamente liberándose del miedo que la sociedad podrá edificarse en la libertad"(69)
Durruti se había expresado con suma claridad, y su propósito no era otro que unir la teoría con la práctica y viceversa. Como anarquista él deseaba continuar siendo fiel a sus concepciones libertarias, a pesar de asumir la responsabilidad de dirigir una columna obrera que partía en lucha hacia el frente de Aragón(70).
Mientras tanto, los preparativos de la expedición a Zaragoza proseguían avanzando. Y pronto, en tierras de Aragón, iban a librarse batallas importantes, tanto en el frente de la guerra como en el frente de la revolución campesina. En Zaragoza se encontraba el cuartel general de la V División Militar bajo el mando del general Miguel Cabanellas. Las fuerzas que este general mandaba en Zaragoza comprendían:
"Dos Brigadas de Infantería: la IX (cuartel general, Zaragoza) y la X (cuartel general, Huesca), más una Brigada de Artillería, la V (Zaragoza), con cuatro Regimientos de Infantería, dos de Artillería, un Batallón de Ingenieros y los Servicios correspondientes.
"Había, además, como unidades no divisionarias, un Regimiento de Carros, otro de Caballería, un Destacamento del Depósito de Remonta, un grupo de Defensa contra Aeronaves, un Parque de Cuerpo de Ejército, un Batallón de Pontoneros y una Comandancia de Sanidad.
"Como mandos principales se encontraban los generales don Miguel Cabanellas (V División), Alvarez Arenas (IX Brigada), De Benito (X Brigada) y don Eduardo Martín González (V de Artillería).
"No deben olvidarse aquí las fuerzas de Orden Público. A las de Asalto de Zaragoza, había que agregar dieciocho compañías de la Guardia Civil y cinco de Carabineros.
"Los efectivos de las unidades del Ejército se encontraban muy mermados, pero, como compensación, puede decirse que, desde sus jefes más altos a los más subalternos, se encontraban, casi sin excepción, magníficamente dispuestos en favor de los planes del general Mola"(71)
José Chueca, refiriéndose a la pérdida de Zaragoza, se pregunta:
"¿Pudimos haber hecho más de lo que hicimos? Es posible. Fiamos excesivamente en las promesas del gobernador civil (Vera Coronel) y concedimos demasiado valor a nuestras fuerzas; no quisimos prever que frente a una acción violenta, como la que podía desencadenar el fascismo, hacía falta algo más contundente que treinta mil obreros organizados en las Sindicatos"(72)
Y Martínez Bande escribe:
"En la misma noche del 17, y nada más tenerse conocimiento de lo ocurrido en Marruecos, masas muy decididas de extremistas se adueñaron de las principales calles. Transcurrió en una tensa expectativa todo el día 18, en que numerosos grupos de voluntarios acudieron a los cuarteles, proclamándose en la madrugada del 19 el Estado de Guerra. Contra esta medida reaccionó la CNT, declarando el mismo día la huelga general revolucionaria, que el 22 quedaba estrangulada, gracias a las enérgicas resoluciones de las autoridades militares y no sin diversos choques.
"En Calatayud, el coronel Muñoz Castellanos declaró el Estado de Guerra el día 20, sin incidentes; pero bastantes pueblos tuvieron que ser rescatados por destacamentos del Ejército, fuerzas del Orden Público y paisanos voluntarios. Al norte del Ebro, fueron siete pueblos, en las riberas, cuatro, y al sur del Ebro, diez con Belchite"(73)
En las condiciones en que habían caído Zaragoza y Calatayud, cayeron también en manos de los sublevados Huesca y Teruel. Como un islote quedaba Barbastro en manos de los soldados que mandaba el coronel republicano Villalba.
Este era el cuadro que ofrecía el territorio aragonés, cuando Durruti, al frente de unos dos mil milicianos, se propuso conquistar Zaragoza.
El 24 de julio, a las diez de la mañana, la Columna "Durruti" debía salir del Paseo de Gracia en dirección Zaragoza, vía Lérida. A las ocho de la mañana, Durruti habló por radio dirigiéndose a la población obrera de Barcelona para pedirles que contribuyeran con artículos alimenticios al abastecimiento de la Columna. Esta llamada insólita sorprendió a todo el mundo. Y, lógicamente, había motivo para ello. La distribución de los alimentos estaba a cargo, en parte, de los Comités de Barrio, del Sindicato de la Alimentación y del Comité Central de Milicias Antifascistas. Por tanto ¿es que dichos organismos negaban a Durruti la posibilidad de constituirse una intendencia? Pronto Durruti satisfizo la curiosidad:
"-El arma más potente de la revolución es el entusiasmo. En la revolución se triunfa cuando todo el mundo está interesado en la victoria, haciendo de ella cada uno su causa personal. La respuesta a mi llamada -les dijo a los que mostraron su sorpresa- nos dará la medida del interés que pone la ciudad de Barcelona en la revolución y su victoria. Además, esto es una manera de situar a cada uno frente a su propia responsabilidad, una ocasión para que todo el mundo tome conciencia de que nuestra lucha es colectiva y que su triunfo depende del esfuerzo de todos. Este y no otro es el sentido de nuestra llamada", concluyó Durruti(74)
Poco antes de salir la Columna "Durruti" fue cuando su delegado, que se encontraba discutiendo en el Sindicato Metalúrgico sobre una cuestión de blindaje de camiones, recibió al periodista del Toronto Star, Van Passen, que publicaría un reportaje bajo el título: "Dos millones de anarquistas luchan por la revolución". En el mismo comienza inmediatamente por poner a Durruti ante el lector:
"Es un hombre alto, moreno, de rasgos morunos. Hijo de humildes campesinos. Su voz aguda, casi gutural".
Van Passen le preguntó si él consideraba ya aplastados a los militares rebeldes:
"-No, todavía no los hemos vencido" contestó francamente. Y agregó: "Ellos tienen Zaragoza y Pamplona. Ahí es donde están los arsenales y las fábricas de municiones. Tenemos que tomar Zaragoza y después saldremos al encuentro de las tropas compuestas de Legionarios Extranjeros, que ascienden desde el Sur, mandadas por el general Franco. Dentro de dos o tres semanas nos encontraremos entregados en batallas decisivas.
"-¿Dos o tres semanas?" preguntó intrigado el periodista.
"-Dos o tres semanas o quizá un mes -afirmó Durruti-. La lucha se prolongará como mínimo todo el mes de agosto. El pueblo obrero está armado. En esta contienda el Ejército no cuenta. Hay dos campos: los hombres que luchan por la libertad y los que luchan por aplastarla. Todos los trabajadores de España saben que si triunfa el fascismo vendrá el hambre y la esclavitud. Pero los fascistas también saben lo que les espera si pierden. Por eso esta lucha es implacable. Para nosotros de lo que se trata es de aplastar al fascismo, de manera que no pueda levantar jamás la cabeza en España. Estamos decididos a terminar de una vez por todas con él, y esto a pesar del Gobierno...
"-¿Por qué dice usted a pesar del Gobierno? ¿Acaso no está este Gobierno luchando contra la rebelión fascista?, pregunté sorprendido.
"-Ningún Gobierno en el mundo pelea contra el fascismo hasta suprimirlo -me respondió Durruti-. Cuando la burguesía -agregó- ve que el poder se le escapa de las manos, recurre al fascismo para mantener el poder de sus privilegios. Y esto es lo que ocurre en España. Si el Gobierno republicano hubiera deseado terminar con los elementos fascistas, hace ya mucho tiempo que hubiera podido hacerlo. Y en lugar de eso, temporizó, transigió y malgastó su tiempo buscando compromisos y acuerdos con ellos. Aún en estos momentos, hay miembros del Gobierno que desean tomar medidas muy moderadas contra los fascistas. ¡Quién sabe -dijo Durruti, riendo- si aún el Gobierno espera utilizar las fuerzas rebeldes para aplastar el movimiento revolucionario desencadenado por los obreros!
"-¿Entonces -preguntó Van Passen- usted ve dificultades aun después que los rebeldes sean vencidos?
"-Efectivamente. Habrá resistencia por parte de la burguesía, que no aceptará someterse a la revolución que nosotros mantendremos en toda su fuerza", contestó Durruti.
El periodista le señaló la contradicción en que se encontraba la revolución que mantenían los anarquistas:
"-Largo Caballero e Indalecio Prieto han afirmado que la misión del Frente Popular es salvar la República y restaurar el orden burgués. Y usted, Durruti, usted me dice que el pueblo quiere llevar la revolución lo más lejos posible. ¿Cómo interpretar esta contradicción?"
"-El antagonismo es evidente -me respondió-. Como demócratas burgueses, esos señores no pueden tener otras ideas que las que profesan. Pero el pueblo, la clase obrera, está cansado de que se le engañe. Los trabajadores saben lo que quieren. Nosotros luchamos no por el pueblo sino con el pueblo, es decir, por la revolución dentro de la revolución. Nosotros tenemos conciencia de que en esta lucha estamos solos, y que no podemos contar nada más que con nosotros mismos. Para nosotros no quiere decir nada que exista una Unión Soviética en una parte del mundo, porque sabíamos de antemano cuál era su actitud en relación a nuestra revolución. Para la Unión Soviética lo único que cuenta es su tranquilidad. Para gozar de esa tranquilidad, Stalin sacrificó a los trabajadores alemanes a la barbarie fascista. Antes fueron los obreros chinos, que resultaron victimas de ese abandono. Nosotros estamos aleccionados, y deseamos llevar nuestra revolución hacia adelante, porque la queremos para hoy mismo y no, quizá, después de la próxima guerra europea. Nuestra actitud es un ejemplo de que estamos dando a Hitler y a Mussolini más quebraderos de cabeza que el Ejército Rojo, porque temen que sus pueblos, inspirándose en nosotros, se contagien y terminen con el fascismo en Alemania y en Italia. Pero ese temor también lo comparte Stalin, porque el triunfo de nuestra revolución tiene necesariamente que repercutir en el pueblo ruso".
Van Passen recapitula:
"Este es el hombre que representa a una organización sindical que cuenta aproximadamente con dos millones de afiliados y sin cuya colaboración la República no puede hacer nada, incluso en el supuesto de una victoria sobre los sublevados. Yo quise conocer su pensamiento porque para comprender lo que está sucediendo en España es preciso saber cómo piensan los trabajadores. Por esa razón he interrogado a Durruti, porque por su importancia popular es un auténtico y característico representante de esos trabajadores en armas. De sus respuestas resulta claramente que Moscú no tiene ninguna influencia ni autoridad para hablar en nombre de los trabajadores españoles. Según Durruti, ninguno de los Estados europeos se siente atraído por el sentimiento libertario de la revolución española, sino deseosos de estrangularla.
"-¿Espera usted alguna ayuda de Francia o de Inglaterra, ahora que Hitler y Mussolini han comenzado a ayudar a los militares rebeldes? pregunté.
"-Yo no espero ninguna ayuda para una revolución libertaria de ningún gobierno del mundo" respondió Durruti secamente. Y agregó: "-Puede ser que los intereses en conflictos de imperialismos diferentes tengan alguna influencia en nuestra lucha. Eso es posible. El general Franco está haciendo todo lo posible para arrastrar a Europa a una guerra, y no dudará un instante en lanzar a Alemania en contra nuestra. Pero, a fin de cuentas, yo no espero ayuda de nadie, ni siquiera, en última instancia, de nuestro Gobierno.
"-¿Pueden ustedes ganar solos?, pregunté directamente.
Durruti no respondió. Se tocó la barbilla, pensativamente. Sus ojos brillaban. Y Van Passen insistió en la pregunta:
"-Aun cuando ustedes ganaran, iban a heredar montones de ruina -me aventuré a interrumpir su silencio".
Durruti pareció salir de una profunda reflexión, y me contestó suavemente, pero con firmeza:
"-Siempre hemos vivido en la miseria, y nos acomodaremos a ella por algún tiempo. Pero no olvide que los obreros son los únicos productores de riqueza. Somos nosotros, los obreros, los que hacemos marchar las máquinas en las industrias, los que extraemos el carbón y los minerales de las minas, los que construimos ciudades... ¿Por qué no vamos, pues, a construir y aún en mejores condiciones para reemplazar lo destruido? Las ruinas no nos dan miedo. Sabemos que no vamos a heredar nada más que ruinas, porque la burguesía tratará de arruinar el mundo en la última fase de su historia. Pero -le repito- a nosotros no nos dan miedo las ruinas, porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, dijo, murmurando ásperamente. Y luego agregó: Ese mundo está creciendo en este instante"(75)
Hacia las diez de la mañana, los voluntarios que iban a integrar la Columna "Durruti" comenzaron a afluir al Paseo de Gracia, donde un numeroso público había acudido también a presenciar la marcha de aquella extraña caravana, compuesta de camiones, autobuses, taxis y turismos. El entusiasmo era inmenso. El triunfo rápido en Barcelona autorizaba el optimismo. Y esa expedición hacia Aragón era concebida por muchos como un rápido paseo.
Hacia el mediodía, la columna compuesta de unos dos mil hombres se puso en marcha en un delirio de vivas, de puños levantados y de estribillos de cantos revolucionarios, sonando el más potente de "¡A las Barricadas!" el himno de la CNT-FAI.
A la cabeza iba un camión con una docena de jóvenes, entre los cuales destacaba la hercúlea figura de José Hellín blandiendo una bandera rojinegra, que por defenderla en Madrid morirá el 17 de noviembre, haciendo saltar a bombazos las tanquetas italianas. Detrás seguía la centuria que llevaba como delegado al metalúrgico Arís. Luego cinco centurias, que pronto iban a destacarse como una verdadera fuerza de élite como dinamiteros: eran los mineros de Figols y Sallent; y también los marineros del Transporte Marítimo, que se destacarían como guerrilleros, llevando siempre en la delantera al marinero Setonas.
Como delegado de la III Centuria iba El Padre, viejo luchador que había formado en las filas de Pancho Villa en la revolución mexicana. La IV Centuria llevaba como delegado al obrero del textil Juan Costa; y la V, formada exclusivamente de obreros metalúrgicos, la representaba el joven libertario Muñoz, de 19 años.
Entre dos autocares marchaba un "Hispano", en el que iban Durruti y Pérez Farràs. Durruti iba silencioso, extraño y ajeno a los vivas y los puños levantados. Sentía la responsabilidad que las circunstancias le habían deparado. El setenta por ciento de los hombres que componían su columna era la flor y nata de las juventudes anarquistas de Barcelona. Jóvenes, y menos jóvenes, todos conocieron antes y durante el 19 de julio los combates callejeros y los enfrentamientos contra la Fuerza Pública. Pero no conocían la lucha en terreno descubierto, es decir, la guerra.
Antes de salir de Barcelona, Durruti se dirigió a los hombres de la Columna con un discurso en el cuartel Bakunin. En él quiso prevenir a todos sobre la diferencia que existía entre la lucha que ellos conocían y la que se iba a afrontar en Aragón. Pero él sabía que las palabras no pueden sustituir a la experiencia. Habló de los bombardeos de la aviación y de los cañonazos que precedían a los ataques. De los combates cuerpo a cuerpo con arma blanca. Y sobre todo insistió en la diferencia que existía entre un ejército burgués y el proletariado en armas, en su comportamiento con los campesinos y las poblaciones de retaguardia.
Seguía aún en pie el problema del mando. Su posición había sido netamente expuesta ante el Comité Central de Milicias Antifascistas, y repetida más tarde a Pérez Farràs. Durruti conocía la confianza que le otorgaban sus compañeros, y que yendo él delante todos le seguirían, incluso si los llevaba a la muerte. Pero la muerte no era el fin que perseguía Durruti, sino la vida. Un militar puede, desde su puesto de mando y sin ningún escrúpulo, enviar a la gente a la muerte; reemplaza las bajas y asunto concluido. Pero Durruti sabía que la mayor parte de los hombres que le seguían eran militantes revolucionarios, y tales hombres son irremplazables. En su reflexión entraban unas palabras que pronunciara Néstor Makhno en su presencia:
"La diferencia que existe entre un militar que manda y un revolucionario que dirige, reside en que el primero se impone por la fuerza, mientras que el segundo no dispone de más autoridad que la que se deriva de su propia conducta"(76)
Vicente Guarner juzga a los dos hombres que iban al frente de la Columna:
"Durruti, el jefe, a quien traté personalmente, era de una personalidad impresionante. De unos cuarenta años, decidido, de mirada penetrante e infantil, de estatura más que mediana, había sido obrero ferroviario. Pérez Farràs, leridano, era de un valor impulsivo, vehemente en sus opiniones, alto de estatura, de frente despejada y con talento natural, oscurecido por momentáneas obcecaciones..."(77)
Mientras la Columna "Durruti" seguía vía Lérida hacia Zaragoza, García Oliver no perdía su tiempo en el Departamento de Guerra. El día 23 de julio recibió a Julio Alvarez del Vayo, que llegaba de Francia y que se dirigía a Madrid. Habló con él y le insistió -dada su personalidad e influencia en los medios socialistas, particularmente cerca de Largo Caballero, y el peso que ese partido tenía sobre el Gobierno Giral- para que se comprendiera bien en Madrid que la guerra había que ganarla en Marruecos y no en la Península. Era preciso que el Gobierno republicano -le insistió García Oliver a Alvarez del Vayo- haga una declaración pública, declarando la independencia del protectorado español de Marruecos. Si el Gobierno español hace eso, señaló García Oliver, el general Franco está derrotado en su propia retaguardia, y el dominio de la Península por nosotros es cuestión de días. Alvarez del Vayo se comprometió a exponer en Madrid sus puntos de vista, pero, "desgraciadamente -según confesión de Alvarez del Vayo- en Madrid no hubo comprensión y no se prestó atención a lo expuesto por García Oliver"(78)
No obstante, García Oliver confiaba poco en Alvarez del Vayo, y lo que pudiera hacerse en Madrid, y comenzó por sí mismo la tarea de sublevar Marruecos:
"Días antes de nuestra revolución, el compañero de Artes Gráficas, José Margeli, que estaba muy ligado a mí y a nuestra obra, me presentó a un tal Argila(79), egipcio y profesor de idiomas en la Academia Berlitz. Según me contó Margeli después, Argila, y antes su padre, eran miembros prominentes del mundo árabe, bastante ligados al Comité Pan-islámico que operaba en Ginebra(80). Al producirse el movimiento y apreciar nosotros cuán pocas ideas tenían los miembros de los gobiernos de la República, que estaban dimitiendo continuamente, llamé a Margeli y a Argila al Comité de Milicias de Cataluña, del que yo formaba parte y detentaba la Jefatura del Departamento de Guerra. Le pregunté a Argila cuáles eran las relaciones que tenía con el mundo oficial panislámico de Ginebra. Me contestó que él era su agente oficial en España, y que, como tal, se ponía a mi disposición. Considerando cuán importante podía llegar a ser el entrar en relaciones con los jefes conspiradores del mundo árabe, les di cita para el día siguiente si Argila, junto con Margeli, estaban dispuestos a encabezar una misión con el encargo de conseguir una alianza activa de nosotros y el mundo árabe. De acuerdo con Argila y Margeli, planteé el asunto a Marianet, secretario del Comité Regional de la CNT en Cataluña, quien se mostró de acuerdo en que yo siguiese adelante. Igualmente informé de las posibilidades que ofrecía el asunto en la reunión que celebramos cada noche del Comité Central de Milicias, estando todos de acuerdo y concediéndome las más amplias facilidades.
"Al día siguiente comparecieron Margeli y Argila. A ellos les acoplé al compañero Magriña, que lo tenía representándome en el Departamento de Propaganda del Comité Central de Milicias. Todos perfectamente informados por mí de lo que esperaba de la gestión en Ginebra, provistos de cartas acreditativas, de pasaporte y de dinero, partieron..."(81)
"Salimos en avión directos a París, para procurarnos una dirección que fue de Ginebra, y otra vez en avión salimos para Suiza. En Ginebra nos instalamos en el Hotel de Rusia. Establecido contacto, fuimos a entrevistarnos con un señor de edad avanzada, instalado en un lujoso domicilio que nos invitó a comer al estilo y costumbre de su país, con bastante solemnidad y señalado lujo.
"Durante la comida, mi acompañante le informó del objeto de la visita, y al quedar informado prometió trasladar nuestras propuestas a los líderes nacionalistas marroquíes. Se trataba, en concreto, de solicitar la ayuda de Torres y su organización para la causa de la República española en Marruecos, a cambio de concederles la independencia o la autonomía, según ellos lo entendieran"(82)
Mientras estas conversaciones seguían su curso, trasladémonos de nuevo a la Columna "Durruti".


Notas
66.Solidaridad Obrera, 23 de julio de 1936.
67.El autor fue testigo en el Comité de Defensa del Poblet, Barcelona. Al igual que Fuentes, uno de los que organizaban las milicias en esa barriada, rechazó a bastantes militantes que se empeñaban en ir al frente. La razón que se les daba era: "Si nos vamos todos, ¿quién va a asegurar la revolución en la retaguardia?"
68.José Mira, Guerrilleros confederales, Sindicato Metalúrgico de la CNT de Barcelona, 1937.
69.Idem. Aurelio Fernández, en su comunicación citada, abunda en el mismo asunto. Más tarde, Emma Goldmann, en una entrevista sostenida con Durruti, recoge la misma expresión. Freedom, Londres, abril, 1937.
70.Esa constancia en Durruti es lo que le reprocha Koltsov en su Diario de la guerra de España, Ed. Ruedo Ibérico, París.
71.José Manuel Martínez Bande, La invasión de Aragón y el desembarco en Mallorca, Ed. San Martín, Madrid, 1970.
72.José Chueca, artículo en De julio a julio, op. cit.
73.José Manuel Martínez Bande, op. cit.
74.Testimonio de Pablo Ruiz, y Solidaridad Obrera, 25 de julio de 1936, comentando el entusiasmo de la población.
75. Toronto Star, artículo de Van Passen, titulado "Dos millones de anarquistas luchan por la revolución, declara un líder español", 18 de agosto de 1936. El texto lo hemos traducido directamente del inglés. La fecha de aparición y la fecha en que tuvo lugar esta entrevista están muy distantes. Por nuestras investigaciones hemos sacado en conclusión que esa interviu fue hecha en Barcelona, en la mañana del 24 de julio, en el Sindicato de la Metalurgia de la CNT. Posiblemente, por razones periodísticas, Van Passen habla de "A lo lejos rugía el cañón". Pero es importante situar en la fecha exacta o aproximada en que fue realizada, si no, no se comprenden bien algunas respuestas de Durruti sobre todo en relación a la guerra y las operaciones contra las fuerzas sublevadas.
76.Durruti rememora la entrevista mantenida con Nestor Makhno en París el año 1927, y que hemos dejado relatada en la Primera Parte de esta obra.
77.Vicente Guarner, op. cit.
78.De una entrevista inédita hecha por el autor a Julio Alvarez del Vayo en 1972, recogida en cinta magnetofónica.
79. El Argila que nos encontramos aquí es el hijo de Argila que, en 1930, bajo el impulso del Emir Chekib Arslan (fundador de "La Nation Arabe", o el panarabismo en oposición al panislamismo), interesó a algunos intelectuales españoles, entre ellos a Fernando de los Ríos y a Gonzalo de Reparaz, y crearon, en la fecha citada, la "Asociación hispano-islámica" en Madrid, la cual se relacionaba con los notables de Tetuán. Argila padre ejercía la función de periodista, y fue colaborador de la revista Maghreb, fundada en París por J. R. Conguez (un nieto de Carlos Marx). Desde aquella fecha, Argila fue el representante oficial del Emir Chekib Arslan en España. Ignoramos si Argila padre murió, o bien, anciano, le sucedió su hijo, profesor de idiomas con el cual entró en relación García Oliver por intermedio de Margeli, este último también de origen árabe. Para todo este asunto que se relaciona con Marruecos y el Comité de Acción Marroquí (el CAM), señalamos al lector la existencia de Les Partis Politiques Marrocains, del profesor Robert Rezette, Ediciones Armand Colin, Paris, 1955.
80.El Emir Chekib Arslan situó en Ginebra su residencia y la de "La Nation Arabe", que servía de relación con los nacionalistas marroquíes de la zona española o francesa, es decir, con Tetuán y Fez.
81.García Oliver, en carta al autor.
82.Jaime Rosquillas Magriñá en carta al autor. Magriñá es, junto con Bernardo Pou, autor del libro Un año de conspiración, Barcelona, 1930, que hace referencia a todas las actividades de la CNT-FAI en aquel año.

Durruti 1896 - 1936

PDF Durruti en la revolucion española - Abel Paz

La colonia penitenciaria de Villa Cisneros. Deportaciones y fugas durante la Segunda República


GUADALUPE PÉREZ GARCÍA
RESUMEN
La ley de Defensa de la República, del 21 de octubre de 1931, establecía la posibi­lidad de deportar fuera de España a aquellos que amenazaran la estabilidad del nuevo régimen. En este artículo se hace un seguimiento de las deportaciones realizadas en apli­cación de dicha ley a la colonia penitenciaria de Villa Cisneros, en el Sáhara español. Conocidos anarquistas como Buenaventura Durruti o Francisco Ascaso, los golpistas del 30 de agosto de 1932 o posteriormente los republicanos de izquierdas que se opusieron a la sublevación del 18 de julio en las Canarias pasaron por Villa Cisneros.
ABSTRACT
The Law of Defence under the Republican Spanish regime, from 21th october 1931, included the possibility of deporting abroad those who anyhow risked the new regime stability. In this article are withdrawn the deportations made in the application of this law to the penitentiary colony of Villa Cisneros, in the Spanish Sahara. Wellknown anarchists like Buenaventura Durruti or Francisco Ascaso; military participants to the coup d’Etat of August 1932 or, later, left wing republicans who opposed to the 18th of July sublevation in the Canary Islands, did enter that prison.
La colonia de Río de Oro en el Sáhara español, que a instancias de Bonelli comenzó a llamarse Villa Cisneros, había sido concebida desde finales de si­glo XIX como centro de reclusión. En un principio la colonización se concretó en una caseta de madera que construyó en 1884 el Comisario Regio al desem­barcar, junto a la cual se comenzaron a establecer el año siguiente las primeras casas y una factoría por los miembros de la Compañía Mercantil Hispano-Africana. Inmediatamente fueron atacados por los saharauis del interior, que causaron la muerte de dos españoles, Feliú y Sánchez, por lo que la reacción del gobierno fue proteger la factoría con un destacamento militar.

Con posterioridad se construyó un fuerte de 60 metros de largo por 44 de ancho, con una débil tapia de tres metros de altura. Todo el conjunto se defen­día con cuatro torreones de flanqueo desde los que se dominaba una gran ex­tensión de la península y a corta distancia había un campo alambrado con tres filas de piquetes, cubierto por las armas instaladas en el fuerte y un caballo de frisa frente a la puerta principal. La extensión de la península situada al norte la batía un cañón en batería situado en el ángulo noreste, ante una puerta solitaria y maciza 1.

A su vez, la configuración peninsular de Río de Oro, la climatología favo­rable y la posibilidad de utilizar mano de obra indígena fueron confirmando la idea de convertir a Villa Cisneros en un centro penitenciario. Según José Ra­món Diego Aguirre, ya en 1897 se había utilizado como lugar de destierro para unos anarquistas catalanes y posteriormente los gobernadores de la colonia, Bens y su antecesor, el teniente de infantería de Marina Ángel Villalobos, for­mularon también esta posibilidad. Concretamente Bens en 1913 realizó un proyecto de cierre de la península que fue aprobado y que cristalizó en la edi­ficación de una línea de fortines permanentes con el objeto de repeler un posi­ble ataque de los saharauis y de controlar a los futuros reclusos en el fuerte in­terior.

El conjunto de las edificaciones de Villa Cisneros era por tanto: un caserón grande y mal construido propiedad de las Pesquerías Canarias y situado muy cerca del puerto; el fuerte, donde se encontraba la residencia del gobernador de la Colonia; el cuartel de la guarnición, con sus dependencias anexas de pana­dería, víveres y otras; viviendas de familias de oficiales, clases y empleados; oficinas de Correos y gobierno; estación radiotelegráfica, factoría, casino, ca­pilla y algunas otras. Fuera del fuerte y a muy pocos metros estaba instalado el campamento de aviación, formado por un gran barracón de madera. También fuera había otros pabellones de mampostería y el propio campo de aviación, con un gran cobertizo y los servicios de iluminación propios de un aeródromo. Junto a él se encontraba la central eléctrica, alguna vivienda de los franceses de la Compañía Aeropostal y la enfermería. A un centenar de pasos del aeródromo había un grupo de casas de un solo piso y el campamento saharaui de «jaimas», formado por bajas tiendas de campaña construidas con lonas y tela azul, su co­lor predilecto.

El ancladero habitual de los buques correo se situó frente al edificio del fuerte, con una profundidad de 15 ó 17 metros. La barra o entrada a la bahía se encontraba cercana a una zona denominada La Sarga y sólo era asequible a los buques de unas 800 toneladas, que debían entrar en la Bahía de Río de Oro, con 32 kilómetros de longitud por 12 de anchura.

El fuerte definitivo no se construiría hasta 1928 y el primer envío de de­portados se realizó cuatro años después, en plena Segunda República y por apli­
1 Fernández-Aceytuno, Mariano: Ifni y Sáhara. Una Encrucijada en la Historia de España, Due­ñas (Palencia), Ediciones Simancas, 2001, pp. 283-284.
cación de la Ley de Defensa del 21 de octubre de 1931. Según ésta, se permitía la deportación fuera de España de aquellos ciudadanos que pusiesen en peligro la existencia misma del régimen republicano y, con destino a Villa Cisneros, se aplicó polémicamente en dos ocasiones: con motivo de la huelga revolucio­naria de la cuenca de Llobregat en enero de 1932 y del intento de golpe de Es­tado de Sanjurjo el 10 de agosto del mismo año. Finalmente, analizaremos una última deportación a la colonia saharaui que no fue motivada por la aplicación de la legislación republicana y que se realizó sobre un grupo de la izquierda ti­nerfeña precisamente a raíz del alzamiento del 18 de julio de 1936.
Se generaba así una controvertida historia de deportaciones y fugas de Vi­lla Cisneros por parte de grupos de ambos extremos del espectro político, en un momento en el que se trasladaba al Sáhara la inestabilidad que se estaba pro­vocando en la metrópoli. Las versiones sobre los acontecimientos también va­rían en función de la bibliografía utilizada y, sobre todo, de la tendencia política de su autor, pues hemos de aclarar que la mayor parte de las fuentes son los es­critos de los propios deportados y que apenas existen estudios recientes que se alejen de los hechos con una mínima perspectiva científica. De ahí que inten­temos, en los párrafos que siguen, resaltar las contradicciones entre las dife­rentes versiones sobre los acontecimientos.

El primer grupo que llegó a Villa Cisneros en 1932 estaba compuesto por Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso, junto a otros 150 militantes liberta­rios y un grupo de mineros, todos ellos participantes en la insurrección anar­quista del Alto de Llobregat que había tenido lugar en enero de ese año. La oposición que había mantenido desde un principio la FAI hacia la incipiente II República legitimó el 19 de enero de 1932 una huelga revolucionaria que a los dos días controlaba toda la cuenca del Llobregat. Se cortaron teléfonos, telé­grafos, incluso raíles de ferrocarril y en toda la zona se declaró abolido el di­nero. La reacción del Gobierno republicano fue el envío en el acto de fuerzas del Ejército y de la Guardia Civil, que terminaron con la insurrección el día 22 de enero. Durruti y los hermanos Ascaso fueron detenidos ya el día 21 y junto a otros 119 2 mineros y militantes, a los que se aplicó la ley de Defensa de la República, fueron embarcados en el Buenos Aires, un barco de la Compañía Trasatlántica que estaba vigilado a su vez por el acorazado Canovas. En la Pe­nínsula hizo escala en Valencia y en Cádiz, y su destino no estaba en principio definido: o Bata en Guinea o Villa Cisneros en el Sáhara. Se dirigió después a las Canarias, Dakar, Fernando Poo y de allí a Río de Oro, que se perfiló en aquel momento como destino final.
2 Vidal, César: Durruti. La furia libertaria, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1996, p. 134. Sin em­bargo, hay diferentes versiones sobre esta cifra. Mariano Fernández Aceytuno afirma que éstos eran 150, César Vidal opta por la cantidad de 119 y tanto Julio Gil Pecharromán como Manuel Tuñón de Lara, indican una cifra de 104. Gil Pecharromán, Julio: La Segunda República, Madrid, Historia 16, 1989, p. 138 y Tuñón de Lara, Manuel: La España del siglo XX, Madrid, Ediciones Akal, 2000, pp. 331-332, vol. 2. Francisco Camba, por su parte, apunta la cantidad de «108 sindicalistas comunistas y anarquistas», Cam­bar, Francisco: De Castilblanco a Villa Cisneros, Madrid, Inst. Editorial Reus, 1948, p. 97.

Con respecto a la composición de este grupo inicial y a las condiciones de su estancia en Villa Cisneros, existen ya diferentes versiones. Según Mariano Fernández Aceytuno 3 y Javier Morillas 4, Durruti y sus compañeros permane­cieron en el centro hasta el final de su deportación y a su disposición puso el capitán y gobernador Ramón Regueral Jové tres construcciones, dos de fábrica y una de madera, e «hizo todo lo posible para que no les faltaran a los mineros y anarquistas las más elementales necesidades» 5. Sin embargo, según los bió­grafos del legendario anarquista Durruti 6, fue precisamente el gobernador Re­gueral quien se negó a custodiarle a él y a algunos de sus compañeros, puesto que su padre había sido asesinado en los años veinte por militantes anarquistas. De ahí que Buenaventura y siete detenidos más no permanecieran en Villa Cis­neros y fueran trasladados a la isla de Fuerteventura como destino definitivo.

Según otra versión menos creíble, sostenida por Ramón Franco Bahamon­de, quien por entonces había realizado una visita de apoyo a los deportados, Re­gueral no habría tenido nada que ver con el traslado de Durruti y precisamente, el alférez de navío Ramírez habría aconsejado al gobernador que éstos fueran directamente asesinados. A ello, según sus indagaciones, se opuso el capitán Regueral, quien afirmaría que era «un jefe del Ejército y no un verdugo» 7.

Sin embargo, el propio Durruti ratifica la versión de sus biógrafos en una carta su familia del 18 de abril de 1932:
«El hecho de encontrarme separado del resto de los deportados ha sido cuestión del Gobierno. Pues resulta que el gobernador militar de Río de Oro es el hijo de Regueral, y éste, al enterarse de que yo iba a bordo del Buenos Aires comunicó al gobierno que si yo desembarcaba, él presentaba la dimisión. Ésta es la razón por la que yo me encuentro en Fuerteventura. Conmigo se encuentran siete compañeros más» 8.
De un modo u otro, este grupo fue trasladados a Fuerteventura, donde per­manecieron hasta septiembre de 1932. A bordo del Villa de Madrid, Durruti, Ascaso y Cano Ruiz regresaron a España gracias a la magnanimidad del go­bierno republicano, crecido en su confianza tras el fracaso del intento de golpe de Estado de Sanjurjo el 10 de agosto.

El resto de deportados que sí permanecieron en el centro de Villa Cisneros vivían en unos barracones en la explanada exterior al fuerte, donde antes habi­
3 Fernández-Aceytuno, Mariano: Op. cit., p. 340.
4 Morillas, Javier: Sáhara occidental. Desarrollo y subdesarrollo, Madrid, Ediciones El Dorado, 1988, pp. 153-154.
5 Fernández-Aceytuno, Mariano: Op. cit., p. 340.
6 Vidal, César: Op. cit.; Gilabert, A.: Durruti, un anarquista íntegro, Barcelona, s.f.; Paz, Abel: Du­rruti, Barcelona, 1978; Acerete, J. C.: Durruti, Barcelona, 1975; Enzensberger, H. M.: El corto verano de la anarquía: vida y muerte de Durruti, México, 1975.
7 Franco Bahamonde, Ramón: Unos días con los confinados en Villa Cisneros. Afirmación de so­lidaridad universal, Madrid, Tierra, 1932, p. 25.
8 Paz, Abel: Op. cit., p. 230.

taban las familias de los militares y empleados españoles. Éstos últimos, al pa­recer, se trasladaron al interior por el «pánico que se produjo a la llegada de los terribles bandidos con carnet» 9. En mayo fueron visitados, como ya hemos di­cho, por Ramón Franco Bahamonde, en un «gesto de solidaridad universal»10, «para que acabasen de una vez para siempre los métodos represivos, crueles e inhumanos empleados por la Segunda República y exigir el regreso a sus ho­gares de los hermanos alejados de la sociedad»11.

En realidad, según Abel Paz, «Ramón Franco, que no descansaba en sus propósitos conspirativos, se desplazó a Villa Cisneros para visitarlos y les propuso la organización de una evasión en un velero que había preparado al efecto»12. Nada más llegar, el gobernador Regueral le advirtió de haber recibi­do un telegrama de Azaña que le impedía visitar o comunicarse con los confi­nados. Sin embargo, puesto que éstos salían a una explanada a la que no le po­dían impedir el acceso, logró una visión de la vida en el fuerte muy diferente a la que nos ofrecía Mariano Fernández Aceytuno:
«Su aspecto exterior (de los deportados) no podía ser más deprimente. Ropas en jirones, descalzos, alguno cubría sus desnudeces con una manta, mal afeitados o con barbas largas, mostraban el abandono en que los tenía sumidos el Estado republicano, que los había arrancado de sus hogares y de sus trabajos, de la civilización»13.
Igualmente, ofrece una descripción del barracón en el que habitaban, no exenta de la, por entonces, visión política del diputado de la oposición:
«El salón-comedor, rincón del barracón en forma de martillo, dispone de unas mesas de madera, que algún día debió ser pino, y unos bancos que componen todo el ajuar. Esta pieza constituye biblioteca-salón de lectura, comedor, cocina y sala de discusiones y en ella las moscas son uno de los martirios de este mundo, desconocido por los Casares, los Maura, los Azaña, los Largo y demás fauna que pulula por la península ibérica»14.
Finalmente, su propuesta de evasión se demostró inviable y Ramón Franco se limitó a atender la petición de los deportados de contrarrestar las informa­ciones de los «cronistas del gobierno» con un relato real de la vida que se lle­vaba en Villa Cisneros. Fruto de ello, probablemente, fueron los dos libros que dedicó a su visita 15.
9 Franco Bahamonde, Ramón: Op. cit., p. 22. 10 Ibídem. 11 Franco Bahamonde, Ramón: Op. cit., pp. 5-6. 12 Paz, Abel: Op. cit., p. 229. 13 Franco Bahamonde, Ramón: Op. cit., p. 23. 14 Franco Bahamonde, Ramón: Op. cit., p. 28. 15 Franco Bahamonde, Ramón: La infamia de las deportaciones ¡Villa Cisneros!, Fin del viaje,
Madrid, Suc. De F. Peña Cruz, 1933 y Unos días con los deportados de Villa Cisneros: afirmación de solidaridad universal, Madrid, Tierra, 1933.

Sin embargo, el fin de la deportación fue, paradójicamente, provocado a raíz de la «sanjurjada» y de la determinación del gobierno de deportar a los suble­vados a Villa Cisneros. Los anarquistas que aún permanecían allí fueron lle­vados inicialmente a Fuerteventura y por fin en septiembre se les concedió la libertad. Los primeros en salir fueron los mineros del Llobregat y los últimos, Durruti, Ascaso, Cano Ruiz, Progreso Fernández y Canela. A su llegada a Barcelona se convocó una multitudinaria manifestación proletaria, en la que, Ascaso denunció que «lo que se había pretendido deportar eran las ideas, pero que éstas habían permanecido imperturbables en la península»16.

Por tanto, como consecuencia de las detenciones durante la sublevación de Sanjurjo, llegó a mediados de septiembre el siguiente grupo de deportados a Vi­lla Cisneros. El 10 de agosto, el intento de golpe de Estado fracasó estrepito­samente en Madrid y Sevilla. Las fuerzas del Establecimiento Central de la Re­monta fueron incapaces de apoderarse del Ministerio de la Guerra y secuestrar a Azaña, mientras que en la capital andaluza, Sanjurjo, si bien logró publicar un manifiesto anunciando una dictadura, no contó con los apoyos prometidos en otras guarniciones. A su vez, se encontró con la huelga general convocada por comunistas y anarquistas de la CNT, por lo que optó, junto con su hijo y Esteban Infantes, por abandonar Sevilla con la intención de dirigirse a Portugal. Sin embargo, fueron apresados por la Guardia Civil en la barriada Isla Chica de Huelva.

En la conspiración estaban involucrados militares con intenciones difusas: los generales Sanjurjo, Barrera, Cavalcanti, Goded, Fernández Pérez, González Carrasco, Villegas, Coronel y Orgaz; los coroneles Varela, Martín Alonso, Valentín Galarza y Heli Rolando Tella y los monárquicos Calvo Sotelo, José Luis Oriol, el conde Vallellano y Fuentes Pila. Contaban a su vez con el apoyo del fascismo italiano, de las JONS de Onésimo Redondo en Valladolid y con la colaboración otros importantes cargos militares en diversas provincias.

El Ministro de Gobernación, Casares Quiroga, confeccionó finalmente la lista de los 161 «caballeros deportados»17 detenidos tras el golpe. En ella no es­taba Sanjurjo, que fue condenado a muerte inicialmente por un Consejo de Guerra, después fue indultado y tras una temporada en el penal de El Dueso, acabó estableciéndose en Portugal. Pero sí estaban incluidos en la lista siete co­roneles, siete tenientes coroneles, 21 comandantes, 32 capitanes, veinte te­nientes y un alférez, más un capitán, dos tenientes y cuatro alféreces de la es­cala de Complemento, así como un dibujante asimilado a alférez y un eclesiástico. El resto del grupo lo constituían civiles: once abogados, cuatro li­cenciados e ingenieros, catorce profesionales liberales, ocho estudiantes, tres empleados, cuatro industriales y un cocinero 18. Todos, salvo cuatro que fueron
16 Paz, Abel: Op. cit., p. 235.
17 García de Vinuesa, Fernando: De Madrid a Lisboa por Villa Cisneros, Madrid, Biblioteca Na­cional, Fondo García Figueras, 1933.
18 Fernández-Aceytuno, Mariano: Op. cit., p. 341.

desembarcados en Cádiz, llegaron a Villa Cisneros a bordo del España núme­ro 5, escoltados por el cañonero Canalejas. Éste último será el que realice el traslado final de los deportados por la ría de Villa Cisneros hasta anclar en el muelle. Durante este tramo, el comandante del Canalejas parece que se mostró especialmente atento en el trato hacia los deportados, amable con sus «compa­triotas» y llegó incluso a ofrecer un «cock-tail» a los golpistas 19. Ello era ya un primer indicador de la consideración que los procesados merecían entre algunos sectores de los Ejércitos de la República.

En España, periódicos como ABC, El Siglo Futuro y La Nación habían em­prendido una campaña contra la deportación de los «161 caballeros». Se basa­ban, fundamentalmente, en argumentos legales que aludían a varios defectos en la aplicación de la Ley de Defensa de la República. Según ellos, ésta había in­terrumpido la consecución de los procesos judiciales ya iniciados en España y, por tanto, la deportación no permitía a los deportados el derecho de defensa. Igualmente, puesto que tales procesos no habían sido finalizados, era inconsti­tucional la deportación de personas aún no consideradas culpables. La prensa republicana de izquierdas, por su parte, apoyaba la medida tomada por Casares Quiroga. En El Siglo Futuro, Ortiz Estrada publicaba:
«La conducta de la prensa de izquierdas y la de los jaleadores del ré­gimen, ha sido la que era de esperar. Han gozado y gozan aún con el dolor ajeno. Allá ellos. Su conducta no nos indigna; los compadecemos.
Nosotros en esta ocasión estamos al lado de aquellos que sufren per­secución por la justicia, con mayor razón por cuanto hay entre ellos muy queridos amigos nuestros; podrá ser en opinión de algunos legal, nosotros entendemos que no, pero lo cierto es que hay detalles que la hacen más aflictiva, nuevos hasta estos tiempos.
Ni el destierro en tierras inhospitalarias, ni la amenaza del hambre que sobre ellos y sus familias se cierne, bastan para satisfacer el odio feroz de los valientes de hoy; es necesario manchar reputaciones que hoy más que nunca brillan esplendorosas.
Hoy más que nunca rendimos nuestra admiración ante los caballeros de Villa Cisneros» 20
Finalmente, el 28 de septiembre los deportados eran recibidos por el capitán Regueral, aún gobernador político-militar de Río de Oro, con una actitud muy diferente a la que había mostrado unos meses antes hacia los insurrectos anar­quistas, como también lo era el signo político del grupo de deportados que de­bía recibir. Hay que añadir que el cambio en su disposición respondía además a la idiosincrasia de la jerarquía militar, de ahí que lo primero que hizo fue cua­drarse ante uno de los conspiradores contra el gobierno legal republicano, el co­ronel de infantería Ricardo Serrador Santos y darle novedades sobre la plaza,
19 García de Vinuesa, Fernando: Op. cit., p. 205. 20 Cano Sánchez-Pastor, Antonio: Cautivos en las arenas, Madrid, L. Rubio, 1933, pp. 212-218.
por ser el más antiguo del grupo. A continuación, Regueral «se movió de aquí para allá y dio las órdenes oportunas para que estos hombres encontraran sus alojamientos en las mejores condiciones y se les proporcionara una plaza de rancho caliente que templara los estómagos revueltos por los zarandeos de la mar»21.

Las condiciones en que se desarrollaría su estancia fueron obviamente muy favorables, tanto, que harían posible la fuga de 29 de ellos en diciembre del mismo año. Así lo admite uno de los deportados, Antonio Cano Sánchez-Pas­tor, quien no deja de comparar su estancia con la de los comunistas y anar­quistas que les precedieron:
«Quiero hacer constar, antes de terminar esta crónica, que el trato que recibimos en Villa Cisneros es idéntico al que se le dio a los comu­nistas, sin que esto quiera decir que fuera malo. Aunque el gobernador de esta colonia cumple fiel y exactamente las órdenes emanadas del Gobier­no, nos consta que es persona de carne y hueso y no un ‘fantasma marí­timo’ como el que padecimos en la ‘Checa flotante’ del España núme­ro 5» 22.
Sin embargo, el diario ABC mantendrá en la península que las condiciones del confinamiento eran extremadamente duras, de modo que nuevamente se ge­neraba otra controversia con la prensa de izquierdas al respecto:
«... y mientras para éstos (los deportados que regresen a España) cesa el implacable castigo del confinamiento en tierras inhóspitas y en con­diciones durísimas —digan lo que quieran los sectarismos de la extrema izquierda y del socialismo oficioso— ...»23
Lo cierto es que los deportados habían sido situados en el campamento de aviación y tenían la posibilidad de pasear, de pescar, de acudir al Economato o bañarse en la playa próxima al muelle. El gobernador, incluso, «con ese espíritu de fraternidad que rige la vida castrense, sacrificaba su intimidad familiar para llevar a su mesa a los más destacados compañeros de armas» 24 y «algunos co­mían pavo, otros besugo y casi todos oían la misa que improvisaba el padre Coll en uno de los barracones» 25. Igualmente, gracias a la ayuda de Regueral, que les proporcionó material y tiendas de campaña, mejoraron de modo sensi­ble las estancias en que debían habitar.

Según Fernando García de Vinuesa, nada tenía de extraño «que el gober­nador no pusiese ninguna dificultad a los paseos y demás privilegios; meses an­
21 Fernández-Aceytuno, Mariano: Op. cit., p. 341. 22 Cano Sánchez-Pastor, Antonio: Op. cit., p. 60. 23 «El regreso de los confinados» (artículo sin firma), ABC, enero 1933 (¿) cit. en Cano Sánchez­
pastor, Antonio: Op. cit., p. 221. 24 Fernández-Aceytuno, Mariano: Op. cit., p. 343. 25 Fernández-Aceytuno, Mariano: Op. cit., p.

342.

tes habían estado bajo su guarda los comunistas y observaba con ellos el mismo régimen de expansión, ya que no era de temer el que se evadiesen, dadas las condiciones del lugar» 26.

Pudieron celebrar, por ejemplo, el día de la Virgen del Pilar, fiesta de la Raza, por todo lo alto. Iniciaron con una misa de comunión en la capilla del fuerte y por la tarde, en el hangar de la Compañía Aeropostal y sobre un estra­do, se situó a la venerada imagen, a cuyo pie hablaron varios militares y el pa­dre Coll. Jaime Arteaga se permitió incluso el lujo de cantar jotas de significa­ción política contraria al gobierno republicano y reivindicativas de las causas que les llevaron al golpe. Entresacamos algunas estrofas:
«Aquel que quiera buscar un lema para su ley, lo encontrará en mi bandera, que dice: Dios, Patria y Rey.
La Remonta, el diez de agosto, ha luchado sin desmayo, dejando fecha gloriosa que es digna del Dos de mayo
Para tomar Ministerios, sobran las combinaciones basta con hombres valientes, siempre que no haya soplones.
La Virgen del Pilar fue, y es capitana de España, aunque nos diga que no todo el Gobierno de Azaña.
La Virgen del Pilar quiere que se marchen los masones y vuelva Cristo a reinar en todos los corazones.
Por cumplir un juramento me mandaron confinao. ¡Señor que todos mis males vengan por el mismo lao!
Militares y paisanos
26 García de Vinuesa, Fernando: Op. cit., p. 271. todos de Villa Cisneros, aunque marchemos de aquí, jamás os olvidaremos»27.

La fiesta culminó finalmente con la lectura de la composición, igualmente significativa, del comandante de Caballería Carlos Maturana:
«Prometisteis al Rey y a Dios jurasteis sus banderas seguir hasta la muerte, y ha querido sin duda vuestra suerte cumplierais la palabra que empeñasteis. Ese Dios, ese Rey y esa bandera los habéis seguido, deportados como ellos, más allá de la frontera. estaréis orgullosos y contentos, pues, aunque lejos de la patria amada, podéis llevar la frente levantada, cumpliendo, cual cumplís, los juramentos» 28
En el centro recibieron incluso la visita de un periodista del Corriere della Sera, que compartió con ellos algunas horas y escribió un artículo que conmo­vería a la Italia fascista. Fue publicado el 8 de enero de 1933 y llevaba un men­saje de salutación al Papa, al Rey de Italia y a Benito Mussolini. Según su au­tor, la deportación era en sí misma inhumana:
«Es la deportación una forma brutal y en ciertos aspectos salvaje, que quita al vencido hasta su personalidad. La deportación es ya dura pena, porque aparta el hombre de su trabajo, de sus costumbres, de su vida; pero resulta diabólica, cien veces más atroz que los trabajos forzados, si a la lejanía de la tierra, de los afectos, de los medios de vida civil, se añade el metódico aniquilamiento de la personalidad, de la espiritualidad, de la dignidad: el embrutecimiento, como es el programa que se sigue para los relegados a Villa Cisneros.

Allí me encontré con el infierno de los hombres. Si es que han pecado, ni siquiera Dante las hubiera asignado semejante suerte» 29
Sin embargo, admite que las condiciones de la deportación se suavizaban en parte gracias a las fortunas de los deportados:
«Quien tenía alguna fortuna fuera de España ha podido hasta cierto punto procurarse dinero. Y la fraternidad es grande. Hay hasta una especie
27 García de Vinuesa, Fernando: Op. cit., pp. 232-236. 28 García de Vinuesa, Fernando: Op. cit., p. 236. 29 Massai, Mario: «Un día entre los deportados de Villa Cisneros», El Corriere della Sera, 8 de enero de 1933, cit. en Cano Sánchez-Pastor, Antonio: Op. cit., pp. 222 y ss.

de banquero de los deportados, que es, al fin y al cabo, el hombre más de­sinteresado de aquella tierra» 30.
También las Infantas de España Beatriz y María Cristina de Borbón les ex­presaron su apoyo a través de una carta, cuyo texto decía:
«Savoy Hotel, noviembre de 1932. Desde aquí intentamos que os lle­gue la expresión de nuestro sincero cariño y profundo agradecimiento. Po­déis estar seguros que os recordamos constantemente y pedimos a Dios os dé fuerzas para soportar tantas amarguras, esperando no duren y que oi­gamos pronto que estáis de vuelta en vuestras casas. Pobres infelices, ¡qué pena nos dais en ese horror de sitio, tan lejos de todo consuelo!. No os olvidamos nunca y sabéis que siempre podéis contar con nuestra amistad y cariño. Beatriz y María Cristina (rubricado).» 31
Sin embargo, y a pesar de las palabras de aliento de las infantas, los depor­tados sí se quejaban del abandono al que, según ellos, les habían destinado to­dos los políticos, incluso los monárquicos. García de Vinuesa se queja del he­cho de que «ninguna personalidad política se ha ocupado de nosotros, haciendo una campaña dura, eficaz y concienzuda a favor nuestro». Reclama «una labor de conjunto de toda la derecha española» que, a su juicio, no sólo no se ha dado, sino que dio su voto de confianza a Azaña en la Cámara con motivo del golpe del 10 de agosto. De ahí que, 84 de los 138 deportados abandonaran las ideas liberales y se adhiriesen a la Comunión Tradicionalista, con motivo de lo cual celebraron una cena en Villa Cisneros para obsequiar a los representantes de la misma. Parece ser que tuvieron todas las libertades para organizarla y que en el centro de la mesa pusieron, en una lata de foie-gras una bandera roja y gualda. En cada uno de los platos de los comensales, con el nombre de cada uno, la letra de la Marcha Real.

De todo lo anterior se deduce que no tenían un estrecho control en sus ac­tividades diarias, solamente una lista de diana y otra de retreta (que observaba el número de ellos que permanecían en los barracones), así como el lejano con­trol del cañonero Canalejas, que desde la ría vigilaba la aproximación de cual­quier embarcación. Ellos mismos se organizaron en diversas juntas militares, de las que la más importante era la municipal, para dirigir la vida en el penal y que disponía incluso de esclavos negros. Se dividían en diversos servicios por sec­ciones, como el de limpieza, cocina, finanzas, correos, juegos y recreos y ma­yordomía de críados. Una de tales juntas sería la junta secreta pro evasión, en­cargada de realizar los planes de fuga.

Al frente de la misma se encontraba Manuel Fernández Silvestre y junto a él, entre otros, el comandante Jonte y el teniente auditor de primera Ansaldo. La evasión, según Fernando García de Vinuesa se había convertido en una obse­
30 Ibídem. 31 Carta citada en Fernández-Aceytuno, Mariano: Op. cit., p. 342.

sión. No pasaba un solo día sin que la Junta se reuniese y ya se habían enviado cartas con instrucciones a las personas que en Europa podían ayudarles. Al lle­gar el mes de noviembre, si bien la comunicación con el exterior había sido continua, lo cierto es que aún no se había concretado nada.

Sin embargo, durante la primera semana, varios deportados habían organi­zado una fuga que se verá frustrada por la falta de dinero. Jonte, Caro, Silvestre, Cavanas, Pineda y García de Vinuesa llegaron incluso a subir a un barco que les esperaba con el fin de evadirse. Si a las siete de esa misma tarde no habían vuelto, el resto de deportados que aún permanecían en el fuerte se dirigirían también hacia la embarcación. Sin embargo, las negociaciones de Jonte con el capitán de la nave no obtuvieron el objetivo deseado. El precio del rescate al­canzaba un millón y medio y ninguno de los presentes se aventuró a garantizar la satisfacción de esa cantidad. Al final regresaron al fuerte y avisaron a tiem­po al resto de que el intento de fuga había sido frustrado.

Unos días más tarde, el 17 de noviembre, llegó la noticia al fuerte de que de nuevo el España número 5 se encontraba en Cádiz, desde donde debía venir a recogerlos, repatriarlos y procesarlos. La prensa conservadora de Madrid, tam­bién se preguntaba sobre el fin de la deportación. En el diario ABC aparecía el siguiente artículo:
«Casares no sólo no aventura una impresión propicia al levantamiento
de la pena gubernativa, sino que se encierra en un silencio inquebrantable
acerca de lo que una situación jurídica tan irregular para los que están pro­
cesados como para los que no lo están, haya de prolongarse.

No necesitamos reiterar los razonamientos incontrovertibles que he­
mos opuesto a la juricidad de semejantes penas sin delito o por delitos,
cuyo esclarecimiento está a cargo del fuero judicial. Pero sí hemos de
decir que la añadidura implacable de la incertidumbre sobre el término de
esas penas las agrave en términos de insólita crudeza, a la que el Gobierno,
aunque desestime las apelaciones de orden jurídico, debe poner fin por es­
píritu humanitario» 32
Un mes más tarde, el 17 de diciembre repatriaron a seis deportados, que eran el alcalde de La Rinconada, Hurtado de Amézaga, los señores Ozaeta, Ro­dríguez Chicharro y el detenido gubernativo, señor Trénor. Para el resto, se es­peraba sin remedio la llegada del España número 5. Incluso una carta del general Barrera en nombre de «un grupo que en Europa se ocupaba de la eva­sión» 33 se proponía como financiador de una fuga inmediata, lo cual hubiera sido útil en el intento frustrado del mes anterior.

El día 28 supieron por la radio que el diputado Barriobero interpeló a Ca­sares Quiroga sobre la situación de los deportados en Villa Cisneros, a lo que
32 «El regreso de los deportados», ABC, noviembre 1932 (¿), cit. en Cano Sánchez-Pastor, Antonio: Op. cit., pp. 219-220.
33 García de Vinuesa, Fernando: Op. cit., p. 280.

contestó que las fechas de repatriación ya habían sido marcadas. Casares man­tuvo sin embargo que éstas se mantendrían en secreto y que su actitud sería dura, para evitar que se volviese a hacer la revolución. El miedo entre los de­portados fue tal que se constituyó de inmediato una junta con el objetivo de pre­guntar uno por uno a todos ellos cuál sería su actitud en el caso de que llegara el España número 5.

Y mientras tanto, la fuga continuaba perfilándose. Un mes antes, uno de los deportados había mantenido contactos y había obsequiado a unos pescadores que habían acudido al puerto para hacer provisiones. A raíz de ello, el 31 de di­ciembre de 1932 se dieron todas las condiciones para la huida. Durante la tarde, y aprovechando la ausencia del cañonero Canovas, que había relevado al Ca­nalejas y que había zarpado a carbonear a Las Palmas, la langostera Aviateur Le Brix 34, de pabellón francés, se acercó a punta de La Sarga y arrió un bote que recogió a 29 de los deportados, ante la pasividad de las autoridades y sobre todo de su gobernador. Entre los evadidos figuraban destacados jefes militares, como los coroneles Serrador y Gabriel de Benito, el teniente coronel Martín Alonso, el comandante Maquiera y los capitanes Jonte, Morlan, Enrile, Ansal­do, Gonzalo Rücker, Cabanas, Fernández Silvestre, Barroeta y García de Vi­nuesa, así como otros tenientes, abogados y estudiantes. Otros se negaron a eva­dirse, como el teniente Augusto Caro y Valverde, el capitán de Caballería don Ricardo Uhagón, Fernando Cobián, Santacruz o Társilo Ugarte.

La versión oficial de los acontecimientos resulta confusa y ambigua, y de­nota, cuanto menos, una enorme falta de responsabilidad y un exceso de con­fianza del capitán Regueral hacia sus presos y compañeros de armas. Al pare­cer, el gobernador no se apercibió de la huida de algunos de ellos durante la tarde, si bien éstos tuvieron que pasar frente al cuarto en el que éste estaba sen­tado. Sin embargo, Regueral no confirmó la fuga hasta la hora de la cena de fin de año y solamente gracias a que algunos de los huidos habían sido invitados a su casa y no se habían presentado. Cuando un centinela le informó sobre los acontecimientos sucedidos hacía horas, parece que el capitán únicamente se preocupó del bienestar de los evadidos, cuya embarcación podría zozobrar en los remolinos que había hacia el puerto más próximo. En pleno nerviosismo dio un traspiés en el comedor y hubo de delegar en el teniente Villalaín para que constatara, al pasar lista, la falta de 29 deportados 35.

La persecución del Aviateur Le Brix tampoco careció de una serie de inci­dentes sorprendentes e incomprensibles. Primero, una falúa de la Compañía Transatlántica que se había dispuesto para alcanzarles se incendió con el fuego
34 Los evadidos hicieron, el tercer día de fuga, una resolución «de solemnidad» según la cual jamás revelarían el nombre de la embarcación que les transportaba, García de Vinuesa, Fernando: Op. cit.,
p. 307.
35 Parece ser que en un principio las negociaciones con el patrón de la embarcación fijaron el nú­mero de evadidos en diez o doce, si bien se presentaron en la playa finalmente veintinueve. Debido a tal incremento inesperado, los evadidos tuvieron que asumir durante la fuga los consiguientes problemas de albergue y de distribución de la comida.
de un farol. Si bien no hubo víctimas, parece que la visión de la embarcación en llamas en medio de la bahía causó el regocijo de los presentes, entre los que se encontraba el gobernador, quien sentenció:
«Estas son las luminarias de la victoria» 36
Después, el pailebot Río de Oro encalló con una compañía a bordo en la barra de salida de la ría a la altura de la Sarga. Al parecer, los barcos de guerra anclados en Canarias también fueron avisados por el gobernador. Sin embargo, sin ningún problema, el Aviateur Le Brix comenzó a navegar el día 1 de enero con rumbo oeste. En un principio se evitó costear para evitar a los barcos procedentes de Ca­narias. Tampoco se eligió la dirección hacia Dakar, por resultar demasiado evi­dente para sus perseguidores. Finalmente, los posibles destinos elegidos eran Cabo Verde, Madera o las Azores. Incluso se planteó la posibilidad de llegar a Portugal o a alguna playa francesa, lo cual se descartó por tener que pasar dema­siado próximos a Finisterre. Según Fernando García de Vinuesa, que se encon­traba entre los fugados, se eligieron finalmente las posesiones portuguesas por la simpatía que sentían por su gobierno, así como por la existencia de líneas de va­pores desde estas islas que les podrían llevar a Lisboa, añorada como destino final.

Pero el día 7 de enero, el Aviateur Le Brix se había perdido en el mar y su tripulación tenía serias dificultades para orientarse correctamente. Creían ha­berse dirigido demasiado hacia el oeste, habiendo dejado Las Azores al este. Retomaron la idea de alcanzar incluso las costas de Portugal, pero el viento no se lo permitía. La espera se hizo angustiosa y la escasez de la comida comenzó a hacerse extrema. Casi por casualidad, habiendo ya perdido toda esperanza de situarse, llegaron la noche del 14 de enero a un malecón de Cezimbra. Allí fue­ron acogidos los golpistas por las autoridades locales con gran hospitalidad y les proporcionaron todo cuanto necesitaban. Incluso el ministro del Interior les facilitó un medio de transporte hacia Lisboa.

Había finalizado la primera fuga de la colonia penitenciaria de Villa Cis­neros y los mismos evadidos admitieron lo providencial del éxito de su huida. García de Vinuesa admitía:
«Dados los escasos medios de que disponíamos, se hubiera calificado de chiquillada el acometimiento de esta empresa, que, al ser coronada con el éxito, ni nosotros ni nadie duda en calificarla de providencial, pues sin la ayuda eficaz, sin la protección del Todopoderoso, es indudable que no hubiéramos podido triunfar de todos los obstáculos que habíamos de salvar, ni de todos aquellos que detuvo su mano providente» 37.
En el artículo ya mencionado del Corriere della Sera, que finalmente será publicado el 8 de enero de 1933 y, por tanto, en plena fuga de los deportados,
36 García de Vinuesa, Fernando: Op. cit., p. 300. 37 García de Vinuesa, Fernando: Op. cit., p. 298.
se menciona la controversia que existió en la prensa en torno a las circunstan­cias y detalles que la hicieron posible:
«Los periodistas madrileños, que bordan lacónicos telegramas con detalles de la fuga de los veintinueve de Villa Cisneros, hablan de centi­nelas sobornados, de puertas blindadas abiertas en el momento oportuno, de guardias embriagados. Son fantasías. Lo que ha permitido escapar a los deportados no es la escasa vigilancia: ha sido, sobre todo, el impulso de la desesperación» 38.
Como consecuencia, Regueral fue destituido y se retiró a León. El nuevo gobernador, el capitán de infantería Juan Fernández Aceytuno, llegó a Villa Cisneros el 6 de enero. Dada su condición militar, se generó nuevamente el mismo problema que se le había planteado a Regueral: entre los deportados que no se habían fugado se encontraba el coronel Eugenio Sanz de Larín, que re­cientemente había ostentado el mando de su Regimiento. De nuevo surgía el di­lema entre la lealtad militar y el respeto por la legalidad republicana.

Las condiciones de la estancia de los deportados no se resintieron en abso­luto. La noche de la evasión se obligó a todos a permanecer en sus «jaimas» y fueron sometidos a un régimen de vigilancia muy estrecho. Pero con el paso del tiempo la situación se relajó. En ocasiones incluso se llegaron a plantear mo­mentos críticos provocados seguramente por una excesiva permisividad. De ahí que, por ejemplo, se pusiera de moda usar en sus paseos jerseys rojos y amari­llos y crear formaciones y grupos que compusieran la antigua bandera nacional, en desafío a la republicana tricolor. Incluso algunos de ellos llegaron a provo­car al Cuerpo de Guardia vestidos con esta indumentaria, lo que provocó la in­tervención del antiguo coronel Eugenio Sanz de Larín para apaciguarles.

Finalmente el último grupo de deportados que llegaría a Villa Cisneros en este período, ya en plena guerra civil, será el de los treinta republicanos de iz­quierdas detenidos en Tenerife a raíz de la sublevación del 18 de julio de 1936. Éstos fueron embarcados el día 20 en el Santa Rosa de Lima, el Gomera, el Santa Elena y el Adeje y permanecieron anclados en la costa de la isla du­rante un mes.

El 17 de agosto, 38 de ellos fueron trasladados al Adeje, cuarto buque de la flota, que les llevó a un campamento de concentración en Las Palmas, a Fuer­teventura y a Cabo Juby. Desde allí, el Viera y Clavijo, cuya tripulación dio so­bradas muestras de afecto a los detenidos republicanos, les llevó a Río de Oro. Allí fueron recibidos por la «mía» indígena y, una vez ante el fuerte, formaron filas y escucharon los discursos del comandante –más afectuoso- y del tenien­te La Gándara, jefe de la «mía», quien les advirtió de haber dado la consigna de disparar a la menor sospecha de fuga 39.
38 Massai, Mario: «Un día con los deportados de Villa Cisneros», Corriere della Sera, 8 de enero de 1933, cit. en Cano Sánchez-Pastor, Antonio: Op. cit., p. 235.
39 Zahareño, José: Op. cit., p. 55.

Su estancia no fue en un principio cómoda. Recluidos en el calor de las «jaimas», no les estaba permitido abrir las ventanillas de tela ni acercarse a las puertas. Desde el primer día fueron obligados a la realización de varios trabajos, como cavar una zanja que haría las funciones de retrete o el trazado de una ca­rretera que recorriese la planicie de la península. En el fuerte, tenían que so­portar que ondease al viento, no sólo la bandera monárquica, sino que incluso la arropara la bandera nazi.

Sin embargo, con el tiempo las condiciones se fueron suavizando. Podían recibir hasta tres litros y medio de agua al día, comprar en la factoría o en la cantina lo que necesitaran y se les permitió incluso recibir noticias de sus fa­milias de Canarias. Únicamente llegaba prensa canaria de ideología derechista —La Tarde, La Prensa, La Provincia—, sin embargo, según los propios de­portados, la devoraban en cuanto era recibida, si bien la sometían al filtro de su capacidad intelectual para poder conocer, sobre todo, la verdadera marcha de la guerra.

Mientras tanto las repatriaciones se iban sucediendo. La mayoría eran tras­ladados a Tenerife con el objetivo de ser interrogados, pasar a prisión o direc­tamente al Consejo de Guerra. Tales traslados eran muy temidos, puesto que las noticias que llegaban de las islas no eran demasiado halagüeñas en cuanto al trato que se dispensaba a los presos. Y paralelamente la fuga se iba fraguando de nuevo, tal y como afirmaba José Zahareño, uno de los deportados:
«La fuga era el pensamiento fijo de todos nuestros días y el sueño di­choso de todas nuestras noches. Cada uno de nosotros tenía su plan y nos transmitíamos los detalles que complementaran o reformaran el plan del otro y lo hacían más perfecto y, sobre todo, más cercano» 40.
De ahí que inspirados por estas intenciones, concibieran una posible fuga hacia los establecimientos franceses en el desierto, con la colaboración de un al­férez republicano que había en el centro. Según sus estimaciones, si bien el ca­pitán gobernador haría perseguirles, una orden del alférez al respecto detendría a la tropa que, en general, les mostraba su afecto. Al parecer, éstos hombres es­taban descontentos con los mandos y hacia cuatro meses que no cobraban su paga, por lo que se quejaban frecuentemente y celebraban incluso largas con­ferencias y asambleas para encontrar una solución a su situación. La camara­dería con los soldados y los guardianes saharauis se había fraguado durante los duros días de trabajos conjuntos y éstos les traían incluso las noticias favorables a los republicanos que provenían del frente.

Finalmente, a los siete meses de haber llegado a Vila Cisneros, el capitán gobernador y la «mía» partieron hacia el interior del Sáhara y abandonaron la península de Río de Oro. Pretendían, al parecer, calmar a las tribus saharauis y detener las deserciones, así como reclutar nuevos hombres para llevar al frente
40 Zahareño, José: Op. cit., p. 87.

de la guerra. Aprovechando tal ausencia y con la colaboración de la tropa, los deportados no tardaron en sublevarse. Armados con quince fusiles hubieron de enfrentarse con algunos de los oficiales, de los resultaron muertos dos, uno se fugó y el resto fueron hechos prisioneros o se entregaron.

La estación de radio, un mástil de 70 metros con alcance hasta las islas Ca­narias fue destruida a golpes de culata. De este modo los buques armados no podrían ser avisados. Los grupos que habían de tomar el barco correo que les permitiría la fuga definitiva eran dos: uno de veinte hombres que debía ir por la costa en el camión hasta Las Sargas y otro de doce que debía montar en una fa­lúa y abordar el buque desde el mar.

Al acercarse al barco, se llenaron de regocijo al comprobar que se trataba de nuevo del Viera y Clavijo y que su tripulación les ayudaba a emprender la hui­da con sus lanchas. Se marcharon noventa y nueve hombres con todos los equipajes, fusiles, machetes y pistolas y las dos ametralladoras del fuerte con sus dotaciones completas. Llevaron con ellos también a varios rehenes elegidos entre los oficiales presos, ante el temor de una agresión para detener su fuga. La tripulación del Viera y Clavijo, treinta y cinco hombres del buque y dos ofi­ciales de la Marina mercante secundaron su aventura; mientras que sólo el capitán y algunos oficiales fueron recluidos en los camarotes con centinelas.

Fue probablemente un avión de la Air France el que avisó a Canarias de su fuga y dos días después comenzó a perseguirles un crucero italiano que estuvo haciendo indagaciones sobre su paradero entre los pesqueros. La prensa cana­ria también publicó la noticia de su hundimiento por aviones alemanes. El 17 de marzo finalmente, el Viera y Clavijo vislumbraba las costas del Senegal.

La hazaña de la sublevación y de esta segunda fuga del fuerte provocó las comparaciones con la de los conspiradores de la «Sanjurjada». José Zahareño se refiere a su propia huida como «una verdadera aventura novelesca», no como «la de los niños bien de la calaverada de agosto, que convirtieron con su dinero a Villa Cisneros en un inmenso burdel y que se produjo gracias a un che­que al portador que aún no se sabe quien aceptó, porque la responsabilidad se diluía en muchos»41.

De un modo u otro, finalizaban las deportaciones en este período, marcadas por una fuerte controversia en cuanto a la actitud de los mandos de Villa Cisneros ha­cia los hombres recluidos en la colonia penitenciaria. Se trataba claramente de un traslado de la polarización política generada en la metrópoli y que allí se ponía de manifiesto en el trato hacia grupos de ideologías extremas: un grupo de anarquistas primero, de monárquicos y militares después, con la excepción, finalmente, de treinta republicanos moderados defensores de la legalidad frente al Alzamiento y en pleno contexto ya de la Guerra Civil. Igualmente, el éxito de las dos fugas conse­cutivas pone de manifiesto no solamente la permisividad o la ineficacia de los man­dos, sino también la escasez de medios y la precariedad de la administración es­pañola en el Sáhara, que se revelará extrema en los años sucesivos.
41 Zahareño, José: Op. cit., p. 152.

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